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24 diciembre 2013

LA MAÑANABUENA Y LOS CUENTOS DE NAVIDAD

Años atrás -cuando este blog introducía crónicas sobre el noble deporte de correr-, aludíamos al sano ejercicio de trotar en una mañana como ésta, en la mañana de Nochebuena. Y a esa acción le denominé Mañanabuena. He corrido sólo y he corrido en grupo, y en todos los casos he disfrutado haciéndolo. Además, por lo general, si uno de mis cuentos de Navidad ha sido seleccionado en el especial que publica el periódico Ideal, también he solido aderezar la entrada de ese día con él. Y de todo salía una crónica especial.
Hace unos meses -por decisión propia- este blog ya no dedica crónicas y entradas a correr, a excepción de lo que escribo en el margen derecho sobre carreras y entrenamientos, pero eso no quiere decir que no siga existiendo la Mañanabuena. Sí, sigue existiendo. Y, aunque este año, la ruta la deba hacer en bicicleta por propia prescripción facultativa, habrá disfrute por los campos de la Vega, que en este día tienen una impronta especial. Esa era y es la esencia de la llamada Mañanabuena. 
Porque es vital para interpretar estas fechas seguir con las tradiciones deportivas, en este caso....y con los cuentos navideños, porque uno de ellos vuelve a aparecer publicado hoy, en el especial que el diario Ideal publica cada día de Nochebuena.  Por si no tenéis cerca la publicación en papel, ahí va: 


CENA DE NAVIDAD EN DOS BREVES ACTOS 


Primer Acto

           Nada más asomar la cabeza en el amplio hall de la casa ya se aprecia ese agradable olor que vaticina una cocina a pleno rendimiento; incluso, la temperatura es ya bastante alta en toda la vivienda debido a los elevados grados de los fogones. Una elevación que se va agravando por la cada vez mayor presencia de miembros de la familia que,  para celebrar la Nochebuena, se reunirán,  al menos, una vez al año. Curiosamente muchos de los hermanos, cuñados y sobrinos apenas se han visto a lo largo de los trescientos sesenta y cuatro días anteriores; y no sería exagerado afirmar que sobre una hipótesis teórica todos estos parientes tienen pocas cosas en común, pero la tradición es la tradición. Al menos, mientras vivan los progenitores.  Lo haremos por ellos, es la frase más utilizada por todos.
        Preparadas las viandas, comienza la cena para trece personas, entre adultos y niños; y con ella asoman con cuenta gotas las primeras conversaciones, que a simple vista podrían parecer forzadas, según observaría un testigo imparcial. 

  Segundo Acto

        Rompe el hielo la madre y abuela. Mujer de bastante edad, la experiencia le ha enseñado que es ante una buena mesa donde pueden ocurrir las mejores y las peores cosas. Consciente de ello comienza a hablar nada más sentarse todos a la mesa para dar buena cuenta de las viandas.
        -Bueno, ¿qué tal vuestras vacaciones de Navidad? -hace la pregunta genéricamente a grandes y pequeños, sobre todo para romper el hielo que ya se está empezando a formar-.
      Los niños son los primeros en contestar con respuestas simples, llanas y directas, que es patrimonio que aún conservan éstos: ¡ya no tenemos cole hasta enero! es la frase más utilizada; pero los adultos siguen guardando silencio. Así que la madre y abuela cambia la estrategia, sabedora de que la mayoría de sus descendientes y respectivas parejas apenas se han saludado.
       -¿Y qué tal el trabajo? -pregunta, ya  dirigiéndose a los adultos-.
      -¿Qué trabajo mamá? ¿No sabes que lo perdí hace nueve meses? -contesta secamente el hijo mayor ante la inquisitiva mirada de su esposa-.
     -Pero los demás sí lo conservamos. Siempre piensas que las preguntas solo van dirigidas a ti -le reprende con dureza el segundo de los hermanos-.
     -Sí, claro que lo conservas. No todos pudimos disfrutar de tus privilegios -se defiende el hermano mayor-.
      -¿A qué privilegios te refieres? -le pregunta molesta la esposa del segundo de los hermanos-.
     -Nadie ignora en esta casa que, al enfermar nuestro padre,  yo me tuve que quedar atendiendo el pequeño negocio familiar para que tu querido esposo pudiera continuar su carrera de Veterinaria -contraataca a la cuñada el mayor de los hermanos-.
     -Sí, claro. Yo no tuve que joderme, quedándome en casa a cuidar de papá cuando tuvo la trombosis cerebral -apuntó dolida la hermana, la menor de la familia, dolida por el vacio que se le estaba insuflando-. Por si no os acordáis tuve que dejar la carrera de Derecho en segundo, ya que el cerebrito tenía que acabar su carrera de Veterinaria -añadió, con un claro deje de ironía despectiva-.
   -Que yo tenga más inteligencia que vosotros dos juntos, no es culpa mía -dijo con malicia y mordacidad el veterinario-. Jamás pudisteis aceptar eso. 
    -Siempre has sido un miserable, un engreído y un mal educado -terció de nuevo el hermano mayor-.
  -No te permito ese tono....-dijo a su vez el segundo de los hermanos, haciendo ademán de levantarse de la silla-.
    -¿Vas a agredirle, en vez de estarle agradecido? -le preguntó amenazante la esposa del hermano mayor-.
     -Te dije que era mejor no venir a cenar esta noche -le reprendió el joven esposo a su esposa, la hermana menor-.
     -No hubiera sido mala idea, de todas formas nadie te hubiera echado en falta -le arrojó con intencionada maldad la esposa del segundo hermano, que jamás tragó al joven esposo de su cuñada, desconocemos por qué-.     
    El padre que no podía articular palabra desde que sufriera la trombosis cerebral, comenzó a emitir dolientes gemidos y a hacer grandes aspavientos con ambos brazos, hasta el punto de volcar la sopera. Tal era su enfado ante el espectáculo que estaba presenciando desde su posición inválida. Mientras tanto, la madre, que con tanta ilusión había preparado la cena para la reunión familiar de Nochebuena, no pudo evitar abandonar la mesa llorando, dejando caer la silla al suelo con estruendo al levantarse enérgicamente.
          No ajenos a la situación, los niños perdieron progresivamente el interés por sus juegos y la sopa dejó de pintar en el aire sus anárquicos hilillos de vapor que presagiaban un exquisito y cremoso sabor.
          Mientras tanto, en la tele, el aspirante a ángel de primera clase, Clarence, saltaba desde el nevado puente a las heladas y turbulentas aguas del río, emulándole inmediatamente un atormentado George Bailey.


          En la calle ya se escuchaban con nitidez telúrica las secas y torvas detonaciones de los petardos.   
  
Y nada mejor que condimentar esta extensa entrada con una de las obras de música clásica de impresión navideña que más me gusta -y espero que también a vosotros, estimados lectores-. Se trata de la Pastoral de Corelli, sublime movimiento perteneciente al Concierto de Navidad del compositor italiano de música barroca.
Feliz Navidad a todos. 

 

24 diciembre 2011

DE NUEVO, NOCHEBUENA



NOCHEBUENA. Un año más, fiel a su cita; buena para unos, mala para otros, porque pareciera que en este día se concentren todas las nostalgias, anhelos y melancolías  del año casi pasado, sensaciones muy similares a las que tendremos de aquí a una semana. 
Me dispongo a escribir esto, minutos antes de hacer mi tradicional ruta de Mañanabuena, que este año se retrasará unas horas. Pero la tradición sigue siendo la tradición...Una Nochebuena más con un nuevo relato en Ideal el cual os dedico a todos vosotros, amigos y amigas, que sois muchos los fieles todo el año; pero que también dedico a los menos fieles, a los que pasan por aquí esporádicamente y a quienes, por alguna casualidad prosaica pasan hoy por esta bitácora que es de todos nosotros. 
Deseándoos una sincera FELIZ NAVIDAD os dejo con el relato -cuya inspiración surge de mi último viaje a tierras castellanas- que también podéis leer en el especial que hoy se entrega junto al diario IDEAL:   


LA FOTOGRAFÍA

            La imagen de la fotografía que tantos años lo había obsesionado ahora se encontraba ante su vista. Esa antigua plaza de aquel escondido pueblo ahora cobraba vida y se abría ante sus ojos en su versión real. Sin embargo, nada entrañable identificó en aquella plaza y eso le deprimió.
               Esa imagen, que cayó en sus manos cuando rebuscaba no se sabe qué en el archivo del periódico de provincias para el que trabaja desde hace lustros, estaba tan presente en su vida que conocía de memoria cada rincón de la plaza y todas las calles que salían o desembocaban en la misma. Había utilizado esa fotografía en reportajes, en artículos..., la había exprimido. 
               En aquella foto antigua se distinguían en un primer plano los viejos maderos de la porticada plaza, emergiendo en un segundo todo ese espacio diáfano, cubierto de nieve. También se apreciaban lo que parecían ser puestos ambulantes que bien podrían dedicarse a la venta de pavos, venta de castañas asadas y adornos navideños, aunque todo eso bien podría ser producto de su imaginación ya que la foto antigua no se prestaba a una mejor nitidez; y aunque se trataba de una imagen fija podría afirmarse que todo ese ajetreo presagiaba un día festivo dada la algarabía de personas y carros que iban y venían a lo largo y ancho de la plaza. Que fuera la mañana de Nochebuena o Navidad podría también ser fruto de su imaginación o al menos era lo que él quería ver en aquella foto.
               Ante su vista ahora, en el lado más septentrional de la plaza, igual que en la instantánea, se abría una estrecha calle, en cuya esquina aparecía el blasón de la antigua casa del Condestable, pero ahora esa esquina no era de argamasa sino de un mármol de color grisáceo: se trataba de la fachada de un banco, cuyos luminosos rótulos le ganaban la partida al negruzco blasón familiar adosado a la fachada, justo encima del dintel que aún se apoyaba en labradas jambas que presagiaban una vetusta puerta, transformada ahora en otra giratoria que daba acceso al banco. Sin duda, había mitificado aquellos lugares a través de esa instantánea de color sepia, pero nada de eso pudo reconocer en la imagen real que tenía ahora delante de él. Los pórticos seguían en su sitio, pero ya no parecían tan viejos, y había, sí, un par de puestos, en realidad, kioscos, aunque ninguno vendía pavos ni adornos navideños; uno era de la ONCE y el otro se dedicaba a la venta de revista y prensa del día.
               Dudó sobre si lo más sensato sería dar media vuelta y alejarse de esas sensaciones deprimentes que ahora le atenazaban y que amenazaban seriamente con mitigar la imagen soñadora que poseía de la imagen de esa fotografía por poco real que ya fuera. Se sentía hondamente defraudado, pero no había hecho setecientos kilómetros para nada, así que sacó valor y decidió adentrarse en la plaza con la idea de buscar alguna señal que le permitiera seguir aferrándose a aquel lugar que tanto había admirado en la ajada instantánea.              
               No llevaría andados más de veinte metros cuando un hombre mayor -supuso que octogenario- le atisbó y le saludó por su nombre. Escuchar pronunciar su nombre en un extraño le puso en guardia, pero como parecía un tipo correcto y educado no dudó en detenerse. Lógicamente, lo primero que le preguntó es cómo conocía su nombre si él nunca había visitado aquel pueblo. Pero el hombre mayor ajeno a su  sorpresa esbozó una beatífica sonrisa y le dijo que le explicaría todo si le permitía invitarlo a un café. Eran las once de la mañana y comenzaban a caer los primeros copos de lo que podría ser una copiosa nevada, así que aceptó. Entraron en un acogedor bar, cuyo aspecto iluminó por primera vez su rostro. Debía de tratarse de un bar muy antiguo, probablemente el único elemento que había sobrevivido a la voracidad de la modernidad. El hombre mayor pareció leer su pensamiento y le confirmó que ese bar seguía inalterable desde la época de aquella foto. Pero ¿cómo sabe de la existencia de esa foto?, le preguntó con impaciencia.
               -Esa foto la hice yo, -respondió el hombre mayor-, y gracias al interés que usted ha mostrado por la misma y a la enorme divulgación que ha hecho de ella a lo largo de sus muchos años como periodista –siguió diciéndole-, una inocente fotografía, que no era más que un mero divertimento de un muchacho casi adolescente, publicada en un programa de festejos de navidad de hace sesenta años, se ha convertido en una joya muy preciada para cientos de románticos viajeros que, como usted, esperan encontrar lo que les hace soñar cuando contemplan la imagen. Sin duda, ese ha sido el mejor reclamo de nuestro perdido pueblo.
             
            

UN NUEVO PROYECTO ARRIESGADO

  Tras acabar mis dos últimas novelas, Donde los hombres íntegros y Mi lugar en estos mundos , procesos ambos que me han llevado años, si en...