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26 agosto 2017

IDEAL: DE QUÉ HABLA MURAKAMI CUANDO HABLA DE ESCRIBIR (24/8/2017)

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No hace mucho llegó a las librerías un nuevo libro del escritor japonés Haruki Murakami. Sin embargo, no se trata de una novela, género al que nos tiene acostumbrados este original autor, cuestionado por el establishment literario, sobre todo, de su país. Su título vuelve a ser una frase, algo que es muy común en este escritor. “De qué hablo cuando hablo de escribir”, técnica titulada similar a la usada hace varios años para el libro “De qué hablo cuando hablo de correr”, en el que exponía cómo entendía su relación con el correr, actividad que no la ve tan lejana de la literatura porque, en verdad, son actividades que comparten más rasgos de los que, a priori, pudiera parecer. De hecho, en este último ensayo —una especie de memorias sobre su trayectoria como escritor y el proceso creativo— vuelve a relacionar ambas cosas en diversas ocasiones, hasta el punto de afirmar que necesita sentirse fuerte físicamente para encarar la ardua tarea de enfrentarse a una novela larga, que suele ser el género en el que se encuentra más a gusto nuestro autor. Y por eso, entre otros motivos, corre casi a diario (en eso yo no le podría discutir ni un ápice).
            Debe ser que la madurez del escritor —sumada a la independencia que otorga el éxito de millones de lectores en todo el mundo— provoca en el mismo una especie de virus de sinceridad, pero el caso es que su texto está repleto de afirmaciones crudas relacionadas con la persona y el creador, así como con la literatura, el sector editorial y la crítica, sobre todo en el ámbito de Japón, país donde —según sus propias palabras— no ha sido, en general, bien tratado. Calificado desde casi sus orígenes como escritor demasiado occidentalizado, nunca se vio con buenos ojos en el país del sol naciente que no haya sido demasiado empático con el mundillo literario japonés y sí con el de otros países occidentales.  Sin embargo, según se deduce de este ensayo, todo indica que se debe más al carácter individualista del escritor que a un rechazo sistemático en sí, como él mismo viene a repetir en varias ocasiones, sobre todo en un país como Japón en el que el sentimiento colectivo es mucho más acusado que en los países occidentales, razón por la que Murakami, al parecer, siempre se ha sentido más a gusto en éstos que en su propio país.
            Particularmente interesante es la descripción que hace de su proceso creativo, de la forma en que afronta la escritura de una nueva novela larga y la peculiar forma de crear personajes, para lo cual “extraigo de manera inconsciente fragmentos de información archivada en distintos compartimentos de mi cerebro y después los combino”, denominándole a esas acciones “otoma-kobito, es decir, algo así como “enanitos automáticos”.  De ahí que entienda que el escritor deba ser un observador atento de la realidad que lo rodea, porque es de esa observación de donde podrá sacar el material necesario para contar una historia o varias historias paralelas, como suele ser habitual en este escritor. No sabemos si es falsa humildad —pienso que no— o, tal vez, el desapego propio de un escritor consagrado que ya no ha de demostrar nada, pero lo cierto es que se considera un escritor con un mínimo talento inicial que forja una obra a base de perseverancia y soledad, además, de un cierto empecinamiento, que es propio de su carácter, como él mismo reconoce. Es en ese proceso cuando necesita sentirse fuerte físicamente y por lo que necesita una hora de ejercicio diario que, en su caso, suele ser correr, alejándose —reconoce él mismo también— de la imagen que se tiene en el subconsciente colectivo del escritor maldito, acodado en un antro de perdición, rodeado de humo y alcohol, que necesita trasnochar cada noche para poder escribir. Su caso, es todo lo contrario: él necesita acostarse pronto y madrugar para poder hacerlo.

            En otro capítulo, como si de un ajuste de cuentas con el mundo editorial y de la crítica de su país se tratara, Haruki Murakami nos revela su salida editorial al extranjero, sobre todo a Estados Unidos y Europa, lugares en los que, quizá, exentos de esa crítica fratricida llevada a cabo en su propio país, el autor es tratado con bastante más magnanimidad por parte de la crítica, a pesar de las dificultades de abrirse camino como escritor japonés en occidente; un escritor entre dos mundos muy distintos en cuanto a la concepción de la literatura. En todo caso, Murakami ha contado con el don preciado que anhela todo escritor: la fidelidad de sus lectores, ese muro infranqueable que ni el sector editorial ni el propio establishment podrán superar con independencia de épocas y lugares.      

                                                                                                           
                                                                                                   Por José Antonio Flores Vera 

05 junio 2017

IDEAL: GRANADA EN LA CALLE (4/6/2017)

Por José Antonio Flores Vera

Granada ha debido caer a lo más hondo de un pozo para que sus ciudadanos decidan alzar la bandera de la reivindicación. Lo que demuestra que la acción política profesional —si la hubiera— no es suficiente. Es más, es insuficiente. Serán los ciudadanos medios quienes al final deban exigir lo que los representantes votados en las urnas no han conseguido, bien por omisión o por una acción errónea, apática o inexistente. Por tanto, procede en este momento hacerse la siguiente pregunta: ¿para qué fueron elegidos? Es la pregunta que llevamos haciéndonos hace algún tiempo en esta provincia tras observar que muchas limítrofes o cercanas avanzan, pero ésta, cada vez más, cae en el olvido. Y esto lleva a otra pregunta incómoda: ¿habrán optado nuestros políticos a sillas en Madrid y Granada, tan solo para tomar asiento? Un asiento perpetuo en muchos de los casos, si observamos la miríada de empresas públicas, consorcios u otros entes seudoadministrativos ocupados por aquellos que fueron elegidos para luchar por esta diezmada provincia pero que, al parecer, se entretuvieron demasiado tiempo luchando por su asiento. Una especie de recompensa por los servicios prestados, quizá, a mi entender, por no hacer demasiado ruido en las sedes casi pastorales de los grandes partidos, porque siempre es incómoda la exigencia permanente en favor de la tierra que te ha catapultado políticamente, demostrando además una especie de coherencia desconocida en política que ignora la preocupación por no salir en la foto. No, eso no es de agrado en los partidos.
            Pero ahí están siempre los ciudadanos para intentar arreglar el desaguisado. Como siempre ha ocurrido. Desde la vieja Roma hasta nuestros días. Si la chusma en aquélla era una fiera, la chusma de nuestros días somos los ciudadanos que vemos como nos roban la tierra que pisamos para transportarla a lugares de más interés económico, político o social, que no lo sé con seguridad.
            En alguna red social le he leído algún comentario a uno de esos políticos —o esas políticas—, hoy día cómodamente instalado en una empresa pública, acerca de que era necesaria esta acción ciudadana y me he sonrojado. Él o ella no, pero yo sí. Y he comprendido una vez más que hay quien sirve para seguir en la brecha sin despeinarse y quién no. Así ha funcionado siempre el mundo.
            Porque hemos de decirlo con claridad: si el ciudadano de esta provincia ha salido a la calle, no ha sido porque sea especialmente conflictivo ni le guste ocupar la Gran Vía cada dos por tres, nada de eso, lo ha hecho porque ya no tenía más remedio que hacerlo, eso sí, empujado por personas como este tal Spirimán, que ha sabido hacer de su reivindicación sanitaria sobre los dos hospitales una especie de catalizador, que probablemente ya no tenga fin. Será hoy el robo sanitario, el ferroviario o el de las sedes judiciales, pero tal vez mañana, se tomará conciencia de otros robos pasados, presentes o futuros y será una sola voz la que salga a la calle. Por tanto, no nos serán tan necesarios los políticos profesionales y la democracia se reconvertirá en la voz del pueblo, que es lo que siempre debió ser.              

02 mayo 2017

IDEAL: EL LORO DE SCARPONI (2/5/2017)

EL LORO DE SCARPONI

Por José Antonio Flores Vera

              Uno agitaba sus hermosas y coloridas alas al viento y el otro volaba a lomos de una sofisticada bicicleta. Ambos eran amigos y entrenaban cada día por los alrededores de Ancona, su desconocido pueblo italiano. Y ahora un loro solitario dicen que espera y espera, sin que pueda comprender qué ha ocurrido para que ya no pueda volver a desafiar al viento junto a su amigo humano. Ha muerto otro ciclista. Otro más. Y con su muerte también fenece de alguna manera su compañero de entrenamiento, un loro que parecía ir marcando el ritmo de su compañero, como si de un dron de plumas se tratara, aunque en esa fatídica mañana poco pudo hacer por él. El ciclista se llamaba Michele  Scarponi y el loro se llamaba Frankie.
 
            No significaré aquí que Michele Scarponi era un campeón, ya que eso importa poco cuando la parca nos toca y nos iguala. Lo que sí significaré es que es demasiada la gente que muere montada en bicicleta y algo habrá que hacer. Esta tragedia que está demasiado presente en el día a día de los ciclistas -profesionales o no- no debería pertenecer a este mundo, supuestamente, civilizado. Demasiadas muertes, demasiadas imprudencias. Ocurre que la sociedad y la tecnología avanzan a distinta velocidad. Cada vez hay menos espacio —a pesar de que cada vez parecer haber más— para quien desea alejarse de los ruidosos y contaminantes motores y pasear o entrenar al ritmo redondo del pedaleo con el solo motor de sus pulmones y su corazón. La vía pública parece haberse hecho en exclusiva para esos artilugios mecánicos de todo tipo, que manejados por ciertos individuos se convierten en verdaderas armas letales. No discutiré aquí que existan ciclistas desaprensivos —pocos, he de decir—, pero sí, porque lo observo cada día, individuos que respetan demasiado poco esa línea divisoria y fronteriza que hay que dibujar cuando adelantamos a un ciclista, que es tan vulnerable como vulnerable es el cuerpo humano. Porque hay quienes sentados cómodamente en su sofisticado vehículo ven el exterior como un juego, sin que parezca que lleguen a apreciar que todo lo que hay a su alrededor (personas, animales, cosas) es vulnerable a su paso, sobre todo cuando se va a una velocidad inadecuada, que son las más de las veces. Lo veo cada día en las carreteras, cada fin de semana cuando voy en coche; igual que lo observo cuando voy en bici o corriendo. Observo que hay demasiado poco respeto por la vida de los demás. Es más, cuando en la carretera un domingo cualquier —que es el día en el que suele haber más acumulación de ciclistas— veo que muchos automovilistas, camioneros, conductores de autobús y demás conductores con vehículos a motor, cuando veo, decía, que pierden la paciencia cuando circulan detrás de un grupo de ciclistas y adelantan sin guardar la distancia mínima, siento ganas de convertirme en un Guardia Civil de Tráfico vengativo y sin escrúpulos y comenzar a incautar vehículos sin ton ni son. Por eso, cuando leo cada poco que un nuevo ciclista ha muerto me arrepiento de no haberme convertido en ese agente de la autoridad que deseo ser en esas ocasiones.
            Lo he dicho en muchas ocasiones —e incluso lo he escrito en este medio—, una de las mayores asignaturas pendientes que tienen los gobiernos de todo pelaje es una legislación mucho más rigurosa que la actual relacionada con la circulación de vehículos a motor. En el caso de Scarponi, se trató de una inadvertencia de una señal de tráfico por parte del conductor del vehículo mortal, pero muchos son los casos en los que la causa son la ingesta de alcohol o de drogas; de hecho, suelen ocurren muchos de ellos los domingos por la mañana que es cuando el deportista suele encontrarse con el anónimo autor de su fatídica muerte, que exprime su motor en retirada tras una noche excesiva. Por tanto, falla la norma y falla el control de la misma. Lo único que no falla y va en aumento es la muerte en la carretera de cada vez más ciclistas, esa perpetúa película de Juan Antonio Bardem cuyo título no deja de repetirse.      


       

24 abril 2017

ARTÍCULO IDEAL: 'EL NESTING' 23/4/2017

Las nuevas tendencias, las más de las veces, no son más que refritos de algo que siempre ha existido. Por ejemplo, el ‘nesting’, tendencia a la que se refería el otro día la versión digital de este periódico consistente en las virtudes que supone para la mente y el cuerpo quedarse en casa el fin de semana. Muchos ya lo sabíamos, pero no está nada mal que lo sepan también todos aquellos que ven en el fin de semana la excusa perfecta para huir del hogar, algo que es también loable si lo que se va a encontrar fuera de él es mejor y más placentero, pero no tanto si resulta al contrario. Ocurre que la mayoría de nuestras actividades que nos ofrecen paz interior y cultivan el espíritu y la mente se producen dentro del hogar. Por ejemplo, la lectura o ver una película clásica. Nada como las cuatro paredes del hogar propio y el rincón preferido para hincar las fauces hambrientas de letras a un libro o volver a emocionarse con ese siempre nos quedará París. Precisamente, leía esta noticia del ‘nesting’ mientras me encontraba en mi biblioteca rememorando los títulos leídos y no leídos, acusándome cada minuto de no haber leído tal o cual libro. Mientras tanto, advertía el contraste que me producía ver a través de la ventana una terraza de un bar repleta de gente, ajena a los placeres del hogar y de nada que tuviera que ver con el recogimiento. Parecían a gusto entre el ruido de los coches y los niños de un parque anexo y me dije que con ellos no iba esa nueva tendencia. Pero, claro, es cuestión de gustos. O de intereses.
            El ocio, las formas de vida de las ciudades modernas, el turismo y los espectáculos y la más que aceptable economía de la gran mayoría —a pesar de que las estadísticas y encuestas digan lo contrario—, las están haciendo casi inhabitables. Se están convirtiendo en parques temáticos con visitas masivas y proliferación de establecimientos hosteleros, lo cual hace casi imposible el disfrute de ellas, sobre todo para sus habitantes. Y es precisamente en los fines de semana y festivos cuando más se da esa masificación, que no suele mirarse con malos ojos por casi nadie, al contrario, es celebrada por políticos y empresarios del sector y hay bastante unanimidad por parte de vecinos en que es positivo que su ciudad esté masificada. La economía, la maldita economía. No obstante, me pregunto —y no quiero ser la voz de la discordia en absoluto—, si no habría que diseñar todo esto de otra manera y adoptar medidas que eviten esa pérdida de calidad de vida de algunas de las ciudades más mediáticas, por mor de esa proliferación de personas buscando emociones turísticas. Sin ir más lejos, hace unos días, también en este periódico, se anunciaba la retirada de mesas y sillas de distintas calles y plazas céntricas granadinas por parte del ayuntamiento ante la proliferación de terrazas de bares y restaurantes (pero no olvidemos los barrios, donde las terrazas también campan a sus anchas). Terrazas que invaden, taponan o roban el espacio público de los viandantes y crean diversos problemas que van más allá del espacio, como son la higiene y el ruido que imposibilita el descanso de los vecinos. Toda esta masificación, casi siempre derivada del boom mediático de algunas ciudades, como es el caso de Granada, necesita de nuevas medidas, toda vez que no es posible una autorregulación de corte ultraliberal. De ahí que movimientos como el “nesting” pudieran ser, si no una solución, sí una buena arma para paliar en parte esa masiva presencia en las calles en fines de semana o fiestas de guardar (o no).             

19 marzo 2017

IDEAL: SU LEAL AMIGO (19/3/2017)

SU LEAL AMIGO

                                                                       Por José Antonio Flores Vera

Resultado de imagen de PERROS Y VAGABUNDOSVoy por la calle y observo en las aceras a mendigos con sus perros.  Siempre he sentido debilidad por quienes no pudiendo apenas hacerse cargo de su vida, lo hacen de la de sus animales. El perro fiel que, aterido de frío, se enrosca en su dueño y duerme plácidamente como si no hubiera mañana. No distingue de la poca dicha y escasa fortuna de quien lo alimenta y sostiene. Y eso me parece hermoso. El perro fiel, puede ser feliz junto a su dueño de igual manera en una fría acera que en la mansión más fastuosa del mundo. No advertiría la diferencia, por lo que hemos de sostener que en ese aspecto nos sacan varios cuerpos de ventaja. No hay egoísmo ni interés material alguno. El mendigo, ahora transformado en rico, cómodamente asentado en su mansión obtendría todos los parabienes inimaginables de sus aduladores, pero estando en la acera tan solo está cerca de él su perro. Son escenas que vemos a diario, a las que estamos acostumbrados a ver, pero eso no significa que sean escenas vulgares, todo lo contrario.    
            Pero también me pregunto por la perspectiva de su dueño. ¿Tendrá en su perro fiel a su único y leal amigo? ¿Se agarrará a esa lealtad sin fisuras ante la negativa visión del mundo que le ha ofrecido el mundo y el hombre? Cabe la posibilidad de que sea así, porque es opinión unánime de quienes siempre han convivido con un perro que éste desconoce la deslealtad, atributo que en absoluto es aplicable al hombre.   

            Porque el sentido de las cosas no se agota en la percepción humana. Cosas abstractas como la amistad, la lealtad o la sinceridad, de alguna manera, también están presentes en la conciencia de muchos animales, sobre todo en la de los más cercanos a nosotros, porque no es justo que la conciencia sea exclusivo patrimonio de las personas, y sería admisible sostener que el animal como ser vivo sintiente está junto a nosotros para algo más que para que hagamos uso de su carne, su piel, ser objeto de nuestra diversión o aprovechar su fuerza para trabajar. Pienso en ello cuando observo a los mendigos y a sus perros. Y pienso también en toda esa distancia que hemos recorrido juntos a lo largo de los siglos para apenas avanzar nada. De ahí que esa imagen que observo en las aceras me parezca casi de otros tiempos; aquellos en los que el hombre y el animal vivían en mejor armonía, a pesar de las mayores dificultades. Tiempos en los que la tierra, el hombre y el animal eran una unidad, juntos en las dificultades y, también, en las escasas alegrías. Que ahora poseamos cuidadas mascotas no significa que hayamos avanzado demasiado en cuanto a una mayor conexión con el animal, tan solo el argumento que demuestra que es la única vía que nos impide desconectar casi por completo del reino animal. De hecho, pensemos en las posibilidades que tiene hoy día un niño de la ciudad -o incluso un adulto- de poder estar cerca de un animal que no sea su mascota, si es que la posee. Es algo que nos debería hacer reflexionar. 

20 diciembre 2016

ESPÍRITU NAVIDEÑO (IDEAL, 20/12/2016)

ESPÍRITU NAVIDEÑO    

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                                                                                                              Por José Antonio Flores Vera

El espíritu de la Navidad. Todo el mundo habla de él en estos días. Pareciera que solo trabaja en estas fechas, algo similar a esa ocupación temporal de los desaliñados Santa Claus, mitad vagabundos, mitad pendencieros, que vemos por doquier en las películas americanas de este género. ¿Pero qué es en realidad eso del espíritu navideño? Lógicamente, la respuesta será muy variada en función de a quién se le haga la pregunta. Un niño podría decir que es ilusión. Eso sí, si no ha entrado ya en la vorágine consumista de todo el año y confunda ilusión con consumo. ¿Pero qué dirá un adulto? Y ahí ya pinchamos en hueso. Su respuesta puede ser tan compleja y desigual como lo sea su vida. Porque la Navidad, a pesar de que el término ya casi sea un sinónimo de consumo, encierra otras cosas que están en la órbita de lo más íntimo del ser humano. Y no me estoy refiriendo ni por asomo a cuestiones religiosas, sino a una época en la que mucha gente parece hacer un repaso de su existencia. Y, claro, cuando el saldo de ese repaso es deudor -como suele ser habitual, ¡ay! - a pocos les gusta ver falsas sonrisas beatíficas en los rostros de sus semejantes, como si estuvieran representando una farsa indigerible. De ahí que muchas personas odien estas fechas. Algo así a advertir que los sentimientos -los buenos y los malos- están a flor de piel y se tema por un estallido emocional sin precedentes. De ahí que se suela decir esa frase casi hecha de “no me gusta la Navidad”, argumentando que es todo hipocresía, consumo, reuniones familiares forzadas en la que sus miembros apenas se ven en todo el año (no en todos los casos, ¡eh!), comidas de empresa en la que puedes coincidir con gente a la que ni que conoces, no tragas o con la que ni te has cruzado un saludo en tu vida (aquí, sí, en casi todos los casos).
                Me pregunto -siempre lo he hecho- si no será ese desaforado consumo una especie de alivio, una especie de elemento que actúa como barrera protectora ante tanto sentimiento encontrado. Obviamente, ese consumo no es nada nuevo y pareciera que estas fechas lo conllevara. Lo sabemos por la literatura, por el cine, por la música, por la pintura…Todas las artes que han aludido históricamente a la Navidad se han representado casi siempre como momentos de mayor goce culinario, entreno de prendas, más consumo en la calle y un sinfín de hábitos que poco a poco han ido forjando las señas de identidad de esta celebración, a la que pocas culturas y religiones ya son ajenas. Por tanto, podemos estar de acuerdo en que poco o nada ha cambiado, por más que se diga que antaño se vivía la Navidad con otro espíritu. Podría parecer que era así, pero no, quizá lo que ocurría es que se vivía con muchos menos recursos, y cuando éstos son escasos el pretendido espíritu navideño parece que se hace un mayor hueco entre la chimenea y la mesa repleta de viandas. Luego, habría que sostener que poco o nada ha cambiado el ser humano, si acaso, gozamos en la actualidad de mayores recursos a los que solemos denominar, con cierto cinismo, espíritu navideño.           

28 noviembre 2016

LA DEMOCRACIA TAMBIÉN ERA ESTO (IDEAL, 28/11/2016)

LA DEMOCRACIA TAMBIÉN ERA ESTO

                                                                       Por José Antonio Flores Vera

Para mucha gente, tres duros golpes han sido infligidos a la democracia en un poco margen de tiempo: la nueva victoria del PP en España, en su momento más álgido de causas judiciales abiertas relacionadas con la corrupción, el Brexit británico, en uno de los peores momentos de la Unión Europea, por mor de la lastrante crisis, la inmigración y los problemas de cohesión, y la victoria del ultraliberal Trump en Estados Unidos, en una época convulsa en el mundo en cuanto a relaciones geopolíticas. Duros golpes avalados por muchos millones de votos, a los que habría que sumar los obtenidos por los representantes más radicales de países democráticos de medio mundo, pero principalmente europeos. Se supone que la democracia también era esto.
            Y es por eso por lo que conviene hacerse las preguntas adecuadas. Sobre todo, para intentar comprender cómo millones de votos de países con democracias consolidadas avalan lo que parece denostado por otros tantos millones de ciudadanos, incluidos los que habitan en estos países, y medios de comunicación generalistas de medio mundo.
            La democracia es un salto al vacío, en ocasiones sin paracaídas. Porque de eso se trata, de que no haya andamiajes ni estructuras que impidan esa libertad de voto, para cumplir la máxima que siempre ha ido unida a este sistema político de un hombre, un voto, por muy contrario que pudiera parecer a los intereses generales esa decisión elegida libremente en las urnas. De lo contrario, pudiera convertirse en un sistema amañado, en el cual solo es posible que el voto válido sea el impuesto por una mayoría políticamente correcta, que en ocasiones es más acartonada de lo que estamos dispuestos a creer, si no manipulada o tergiversada.
            En democracia hay que admitir los resultados que provienen de las urnas, siempre y cuando el sistema electoral se compruebe limpio y acorde con la ley. De lo contrario, se violenta el principio más sagrado de este sistema político, que parece ser es al que aspiramos la mayoría de los ciudadanos del mundo. Otra cosa es despotricar sobre la deriva del mundo, la falta de valores, de cultura, de compromiso…Son otras cuestiones distintas que necesitarían una valoración diferente.
            Quizá, lo más honesto y sensato sería preguntarse por qué medio mundo vota de manera tan sorpresiva para el otro medio. Por qué una mayoría de españoles decide que siga gobernando un partido inmerso en casos de corrupción tan graves, o un gran número de británicos aboga por alejarse de la Unión Europea, o millones de estadounidenses eligen dar la espalda a políticas de más calado socialdemócrata y optan por políticas ultraliberales. Porque no siempre la respuesta está en el análisis demoscópico de la intención de voto, sino que también hay que buscarla en los motivos que han provocado dar la espalda a otras opciones políticas, en teoría, más comúnmente aceptadas o, tal vez, no tan denostadas. Es importante en este aspecto que las opciones perdedoras comiencen a hacerse planteamientos serios sobre sus fracasos políticos y electorales, incluso antes de despotricar sobre esos millones de votos alejados de sus intereses. Preguntarse por qué sus opciones políticas son menos atractivas que las que ofrecen otros actores políticos con aparentes intereses contrapuestos a la mayoría. 

            Porque, insisto, la democracia también era esto.      

15 noviembre 2016

¿JUSTICIA FISCAL O ÁNIMO RECAUDADOR? (IDEAL, 15/11/2016)

¿JUSTICIA FISCAL O ÁNIMO RECAUDADOR?

Por José Antonio Flores Vera

Cuando el ciudadano común -acostumbrado a ser víctima de todo el poder junto o aislado- se indigna ante el desfalco que sufre su bolsillo, de manera casi invariable piensa en el poder económico y corporativo de los grandes bancos, los cuales cuentan con el privilegio de ser protegidos (rescatados) por el poder político, que más veces de las que debieran se dan la mano, si no es que no van de la mano casi siempre como inseparables compañeros de viaje.
            Sin embargo, ese ciudadano indignado casi nunca piensa en la amenaza para su bolsillo que suponen las Administraciones Públicas. Sí en los políticos de turno, que se supone son quienes las dirigen, pero casi nunca en esos grandes leviatanes de múltiples cabezas que son las Administraciones. Pero resulta que esos grandes monstruos también nos desfalcan cuando lo precisan, que es casi siempre. Lo hacen por las vías ya consolidadas y a fuerza de mucha y diversa propaganda institucional, casi siempre respetada solemnemente por la ciudadanía, que ve en el tributo una formula antigua, consolidada y justa. Eso es así en un plano teórico, además de avalado por los estudios más sesudos en derecho tributario, pero nadie debe dar por sentado que todo lo que jurídicamente es aprobado deba ser justo. Ni por asomo jurídico es siempre igual a justo. Los justo o injusto, quizá, pertenece más a la esfera del sentido común, mientras que lo jurídico o no es más propio de un artificio, un consenso político, no lo olvidemos.
            La teórica justicia fiscal, que busca o dice buscar no otra cosa que una redistribución de la riqueza, en más ocasiones de las debidas no es más que la improvisación de unos pocos, unas meras cuentas hechas con el único fin de atender los gastos de un estado, una autonomía o un ayuntamiento. Y si el gasto es desmesurado y pródigo, el tributo se elevará en la misma proporción. No espere el ciudadano que las más de las veces el tributo consista en una proporción justa que sirva para esa redistribución. Nada de eso. Y si a eso unimos la facilidad con la que se implanta, se recauda y se embarga (sin necesidad de intervención del Poder Judicial), tendremos las claves perfectas para preguntarnos si existe en realidad una verdadera justicia fiscal -y social en última instancia- o tan solo un ánimo recaudador.
            Podría considerarse que el ciudadano medio ve saciada su inquietante sospecha cuando verifica que la Administración en la que deposita su dinero por la vía impositiva, hace un verdadero esfuerzo para administrar esos fondos tributarios; cuando observa que existe un verdadero interés redistributivo, proponiéndose esa Administración como ejemplo de austeridad y gestión eficaz. Aunque también podrá suceder, al contrario: ese ciudadano podrá aumentar su inquietante sospecha cuando no ve otra cosa que despilfarro, deficiente gestión, parasitismo, ejércitos de asesores y políticos retribuidos por encima de su capacidad. Es entonces cuando comenzará a dejar de creer en la naturaleza jurídica del tributo, en el argumento de la redistribución y en todos esos tecnicismos que parecen hechos para ocultar la verdadera razón del tributo, que probablemente haya perdido ya a estas alturas su verdadero fin y no sea otra cosa que el instrumento depredador que utilizan las Administraciones para sostener ese gasto infinito, casi siempre absurdo y las más de las veces injusto. De hecho, es fácil constatar que una mayor carga fiscal casi nunca lleva aparejada una mejora de los servicios públicos, los cuales necesitan de otro tipo de financiación para que sigan funcionando, llámesele copago, multas, tributos parafiscales u otro tipo de ajustes, casi siempre a cargo del ciudadano que los demanda.    

             

25 octubre 2016

ATRAPADOS EN LAS REDES (IDEAL, 25/10/2016)

                                                                      
                                                           ATRAPADOS EN LAS REDES

                                                                                   Por José Antonio Flores Vera

Vivimos en un mundo cambiante. Y el cambio ya no es cíclico. Es mucho más inmediato y cada vez más urgente. Un mundo cambiante, cuya explicación teórica siempre llega tarde. Y cuando llega, ya es el momento de volver a explicarlo porque han cambiado las reglas y los hábitos. Arduo trabajo para los sociólogos, que supongo no darán abasto.  
            En todo ese cambio está jugando un papel decisivo la irrupción de las redes sociales, las cuales cada vez ocupan más espacio en nuestras vidas hasta el punto de parecer estar atrapados por ellas.  No solo a niveles básicos de entretenimiento, sino también a niveles trascendentales. Quítenle a las nuevas generaciones (y a las no tan nuevas) las redes sociales y les estarás quitando parte de su existencia. La comunicación, la información, los hábitos de consumo, las relaciones personales…Casi todo se sustenta en ellas. El mundo se comprende mejor a través de ellas. Para muchos, sin su impronta, el mundo es mucho más incomprensible, porque basan su éxito en hacernos creer que están diseñadas a nuestra medida.
            Pero, ojo, que hay trampa. Al margen de teorías conspirativas, que se circunscriben en el ámbito del control que se quiere ejercer sobre la humanidad a través de las redes sociales, lo que sí parece claro es que la visualización del mundo real a través de éstas jamás podrá ser una solución. El mundo físico, ya sabemos todos que es complejo, cambiante, inabarcable, inexplicable casi siempre y no será el mundo cibernético de Internet y sus múltiples efectos el que logre explicarlo. Por lo pronto, un individuo normal como nosotros, a lo largo del día, tendrá ocasión de ver miles de imágenes a través de los diversos dispositivos con conexión a Internet. Imágenes que pretenden transmitir algo, ya sea ideológico, lúdico o testimonial. Una información que nuestra mente no podrá procesar en absoluto y que nos apartará de tareas que exigen concentración -aunque a priori no lo percibamos- como es la lectura, el estudio o una charla íntima con los amigos o la familia. Tal vez ése sea el efecto más pernicioso y perjudicial de todo ese mundo digital que nos atosiga, en el que todo el mundo tiene ocasión de plasmar sus ideas y sus gustos a través de palabras o imágenes. Toda esa vorágine diaria, probablemente, nos aparta de lo que, quizá, no debería jamás desprenderse el ser humano y que tantos siglos ha tardado en conquistar. Me refiero a la lectura. En mi opinión, una de las acciones humanas más trascendente. O, incluso, la contemplación de una obra de arte o la visualización de una magnífica película clásica, por poner algunos ejemplos. Sí, sin lugar a dudas, toda esta vorágine digital -que lejos de detenerse va en aumento- nos va apartando de esos actos esenciales para la formación del individuo como tal. De hecho, la propia literatura, el arte y el cine, por hablar de tres elementos fundamentales en nuestras vidas, cada vez se adaptan más a esa era digital, convirtiéndolas en otra cosa distinta a lo que eran. Una literatura de consumo efímero y digitalizado o una contemplación artística a través de los píxeles de la pantalla, son cosas distintas, habría que denominarlas de otra forma, pero no de manera similar a como se denomina la sensación que produce el tacto de un libro o la contemplación de una obra de arte original en una pinacoteca.    

              

24 diciembre 2014

RELATO DE NAVIDAD: TU PUEBLO SOLO ESTÁ EN TU MENTE (CONCURSO RELATOS IDEAL ESPECIAL NOCHEBUENA 2014)

En principio, un relato que está incluido en mi libro de relatos 'Conversación en la taberna y 41 relatos' (LUHU Editorial), de próxima aparición, se llama 'Tu pueblo está en tu mente'. Es uno de esos relatos que te sorprenden cada vez que lo lees. Disfruté escribiéndolo y siempre lo he considerado, digamos...distinto. 
El relato que este año me ha seleccionado IDEAL para el concurso de relatos de Navidad se llama casi igual. De hecho, de aquel relato hay material en éste, que es un ejercicio que me gusta hacer de vez en cuando: que de un relato salga material para otro inédito; que de un microrrelato salga un relato corto; o que de un relato corto salga una novela -corta o larga, eso el tiempo lo dirá-. Es material que está en tu interior y que ha de salir de una manera u otra.
En esta ocasión parte del material de aquel relato se ha reconvertido en navideño y a todo se le ha añadido material inédito, siendo el resultado un nuevo relato de corte navideño, como digo. Y ese lo que podréis leer si gustáis a continuación, eso sí, si no habéis tenido ocasión de leerlo en papel, que siempre es aconsejable cuando se trata de literatura: 

TU PUEBLO SOLO ESTÁ EN TU MENTE 


 La idea de visitar su pueblo en las próximas navidades tras mucho tiempo se había convertido en una obsesión. La vida la había enseñado que nada es cómo se recuerda y mucho menos lo que se añora, pero también que lo intensamente vivido, de alguna manera, perdura para siempre.
            ¿Había visto nieve en las calles de su infancia? Ahora no estaba seguro de ello. Lo estuvo durante mucho tiempo hasta el punto de recordar cada hora de aquella mañana en la que la nieve se dejó ver bien temprano. Su hermana le despertó para que viera cómo los primeros copos apenas llegaban al suelo. Se volatilizaban con la misma rapidez que una pompa de jabón, si bien poco a poco se fueron asentando en las aceras y en los tejados. Recordaba aquello como algo mágico. Posteriormente ya todo se dibujó de blanco y los adultos siguieron haciendo los quehaceres de cada día, como si no hubiera ocurrido nada. Pero para él todo aquello era extraordinario y no podía pasar inadvertido. Así que decidió conservar esos momentos en su mente para siempre.
            Sin embargo, ahora que estaba a punto de regresar a su pueblo tras mucho tiempo, no estaba seguro de haber visto la nieve en las calles de su infancia. Los recuerdos son caprichosos y la nostalgia una vil traidora, se dijo mientras veía las primeras casas de la población desde su coche.  
            A medida que se adentraba en las primeras calles se iban amontonando los recuerdos como si se trataran de un carrusel. Primero los de la infancia y luego los de la adolescencia.  Comprobó que en ésta ya no importaba tanto la nieve, tan sólo la tragedia en que se convertían los días, arrebatados por pasiones, encuentros y desencuentros sentimentales. Años de búsqueda interior.
            Otras calles, otros recuerdos. Ahora llegaron de golpe y sin aviso los de la juventud, época en que lo interior y lo exterior se fusionaba y se confundía sin remedio. En esos recuerdos se hallaba cuando comprobó con estupor y cierta tristeza que apenas recordaba las navidades posteriores a la infancia. Todo lo más, el ruido de los petardos gamberros previos a la Misa del Gallo en la Plaza de la Iglesia y las ruidosas y anárquicas fiestas en casas desvencijadas en Nochevieja.  Y sin esos recuerdos no confiaba en revivir las cosas que tanto anhelaba.
            De pronto aquel pueblo de su infancia le pareció otro. Se sintió aturdido. Los sentimientos de euforia de unas horas antes ahora eran de desazón, de desposesión. Es su pueblo, pero no lo reconoce. Podría admitir sin problemas que sus años de ausencia en él lo han transformado. Obras, nuevos diseños de mobiliario urbano, nuevas construcciones de edificios, relevo generacional....Pero no es eso lo que él aprecia, no es eso lo que siente. Son otras calles, otras gentes. Es otro pueblo. Y si es otro pueblo ¿quién es él? ¿Dónde están guardados todos esos años allí vividos, todas esas navidades pasadas? ¿Dónde los recuerdos? ¿Los amigos? ¿La familia? Si el pueblo es otro, entonces, el pasado se ha revertido. ¿Otra dimensión? ¿Otra secuencia?
 Advierte que las gentes con las que se cruza lo miran como a un desconocido. Y sabe perfectamente la forma en que se mira a un desconocido. Vas a un lugar nuevo y hay algo en los ojos de los demás que te dicen que no te conocen, que nunca te han visto por allí, que desconfían. Que eres un extraño. Y es eso lo que advierte ahora, cuando aparca el coche en la calle principal y comienza a andar por la acera.
Un extraño.
Entre la gente.
En las calles y en las plazas.
Entra en un bar y le atienden de manera distante. Lo percibe al momento. Anhela sentir la cercanía de los lugareños, como en otra época. Pide un café y se lo sirven. Pero ese café es neutro. Casi inhumano. Sin calor.
Sin calor.
Sin esencia.
Un extraño.
Se aproxima a un rostro que cree reconocer, pero ese rostro no reconoce el suyo. Llama a ese rostro por su nombre. Está seguro de saber quién es. Es uno de sus amigos de la infancia. Con él jugó durante muchos años. Lo agarra por los hombros y lo mira. Le dice: ¡soy yo! Pero el individuo se zafa de él como puede. Cree que es un loco. Y de pronto se siente como debió sentirse George Bailey: nada ha existido porque no ha nacido.
Un extraño.
Sin pasado.
Sin futuro.
Sale del bar acongojado y alguien pasa a su lado y le mira con expresión cercana. Atisba un  gramo de esperanza. Es un hombre mayor que se conduce a duras penas apoyado en su callado. Necesita hablar con alguien y le pregunta qué está pasando. Éste le mira con entendimiento y le habla con una voz profunda que no ha escuchado jamás. Le dice: 'No olvides que tu pueblo solo está en tu mente'.   

UN NUEVO PROYECTO ARRIESGADO

  Tras acabar mis dos últimas novelas, Donde los hombres íntegros y Mi lugar en estos mundos , procesos ambos que me han llevado años, si en...