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24 mayo 2021

CORRER BAJO LA LLUVIA PARA CURARME

 Los dos última ocasiones en las que el agua ha caído casi torrencialmente en Granada he salido a correr. No se trata de que la lluvia me haya cogido desprevenido corriendo en algún punto remoto de esos caminos de vega que frecuento, sino que he optado por correr con la lluvia ya comenzada. He de reconocer que es mucho más agradable que la lluvia te coja ya en ruta, mucho más que dar el primer paso y que un reguero de agua penetre en tu cuello (porque jamás uso gorro), pero una vez superado ese primer momento incierto e incómodo todo son parabienes y poco a poco te vas mezclando con la lluvia que cae del cielo y con la que pisas en el suelo.

La última vez que lo hice fue ayer domingo, 23 de mayo. Cuando acababa de pasear a mi perro Odín comenzaron a caer las primeras gotas, de las que huimos porque mi perro no es un perro que se lleve bien con el agua en ningún sentido, a otros los ves pasear bajo la lluvia como si nada pasara, pero el mío, no; el mío huye de la lluvia. Así que fue en esos momentos cuando forjé la decisión de correr, cambiarme rápidamente y vestirme con malla técnica larga (porque también era baja la temperatura) y chubasquero. La idea era acumular tan solo ocho kilómetros porque el día anterior había acumulado diez y medio; y aunque estoy saliendo del bache de la lesión aquilea, no es conveniente jugar con el diablo en estas cosas.

Planeé un recorrido en el que había ciudad, asfalto y camino. Sabía que el camino estaría embarrado porque la lluvia era cada vez más intensa, pero aún así, nada me detuvo. Ya no me importaba esquivar los charcos que sí esquivaba en los primeros kilómetros. Ya daba igual, lo importante era sumergirme en ese mundo mágico de la lluvia bajo la épica de los kilómetros. La lluvia fue arreciando poco a poco y es obvio decir que no me encontré a ningún corredor. 

Eso hizo más especial mi gesta, que no es una gesta de héroe, sino una gesta personal. Una opción nacida del libre albedrío que me sirve para congraciarme con el mundo, la naturaleza y conmigo mismo.

Además, ayer era un día que necesitaba resetear la mente porque lo que ahora me interesa no es otra cosa que ir alejándome poco a poco del mundanal ruído, de las cosas que antes tenían un sentido, pero ya no.

Porque la vida es demasiada ingrata; y demasiada corta para desperdiciarla con malos rollos. 

Y correr es el antídoto verdadero. Al menos, lo es para mí.

Tal y como sospechaba, cuando acabé mi ruta, mientras estiraba en la puerta de casa, ya bajo techado, no recordaba cuáles eran esos malos rollos: correr bajo la lluvia me había curado.

¡Gracias, de nuevo, correr!

¡Gracias, de nuevo, correr bajo la lluvia!




25 junio 2017

CORRIENDO ENTRE LÍNEAS, MI TERCER LIBRO PUBLICADO. ¿CÓMO HACERTE CON ÉL?

Corriendo Entre Líneas es mi tercer libro publicado. Se trata de un libro muy distinto a los dos anteriores: Conversación en la taberna y 41 relatos y Opiniones Intempestivas. El primero fue una colección de relatos y el segundo una antología de artículos, la mayoría de ellos, publicados en prensa. 
Corriendo Entre Líneas es un libro distinto. Abordando como trasfondo mis experiencias y reflexiones como corredor popular, el lector viajará a través de diversos mundos, entre los que tienen cabida la historia, la geografía, la música, la literatura, el arte...Pocas cosas escapan al libro en sí. En realidad, como bien vino a decir el escritor Pedro Ruiz-Cabello Fernández en la presentación del mismo, es también un libro de viajes. El lector se trasladará a distintos lugares geográficos y podrá conocerlos gracias a las explicaciones y notas que aparecen en el libro: su historia, sus principales monumentos, su ubicación, algún hecho histórico importante, el número de habitantes...Se ofrece la oportunidad de conocer lugares que, se conozcan o no, ofrecerán al lector otra perspectiva. 
Por su parte, son unánimes las opiniones de los lectores en cuanto a que es un libro que transmite directamente las sensaciones propias como corredor. Y, en realidad, era ese uno de los principales objetivos, que el lector, corredor habitual o no, pudiera "vivir" a través de las palabras esas sensaciones por mi experimentadas a lo largo de muchos kilómetros recorridos, así como las anécdotas y esas reflexiones que solo son posibles si son vivenciales. 
Un libro que no te va a defraudar, por una razón principal: al tratarse de un libro poliédrico, siempre lo verás cercano y entrañable. Lo puedes encontrar en las siguientes librerías físicas y online: 

Librería Picasso, en Granada y Almería.  https://www.librerias-picasso.com/libro/corriendo-entre-lineas_698799

Librería Babel, en las dos librerías de Granada:  http://www.babellibros.com/libro/corriendo-entre-lineas_LRPF0010000

Casa del Libro:  https://www.casadellibro.com/libro-corriendo-entre-lineas/9788494678936/5326047

Editorial Leibros: https://www.leibroseditorial.com/shop/product/corriendo-entre-lineas-jose-antonio-flores-vera-121 (formato físico) y  https://www.leibroseditorial.com/shop/product/corriendo-entre-lineas-jose-antonio-flores-vera-12 (formato digital). 

Y si vives en Granada, además de las librerías anteriormente indicadas, lo encontrarás en Librería Nueva Gala, en C/ Almona de S. Juan de Dios. 

Y si lo prefieres dedicado por el autor, me lo puedes pedir directamente a mi correo: floresvera@yahoo.es o bien a mi número de guasap: 652832613    

Algunas fotos de la presentación del libro del pasado 7 de abril en el Cuarto Real de Santo Domingo: 










05 octubre 2014

MOMENTOS MÁGICOS

El pasado sábado a eso de las nueve de la noche competí en Granada, pero en realidad no lo hice. Es fácil de entender, pero también difícil, como bien saben testigos presenciales -Paco, Paquillo, Meli, María...- y como también saben testigos no presenciales -Luís Alberto-. 
El caso es que, como si hubiera sido teletransportado (tendré que dejar de ver películas de ciencia-ficción), me ubiqué corriendo en calles señeras de Granada para hacer un total de 5600 metros en un tiempo de 23 minutos y 47 segundos, a una media de 4'15'' el mil, datos que no me parecieron nada mal y que están mucho en consonancia con los mejores tiempos, a pesar de que este año -aunque se está remontando- no es ni de lejos mi mejor año deportivo.
Pero lo importante fue que ese yo teletransportado (¿o imaginado?) lo pasó muy bien gracias a varios factores: la ciudad nocturna, el buen tiempo, el deporte favorito..., pero sobre todo el disfrute de la buena compañía. Todo a pedir de boca. Una noche de esas extraordinarias, de las que entran pocas en un kilo, como se podría decir en lenguaje más coloquial y castizo. 
La noche antes, a una hora aproximada y a pocos kilómetros de allí, mis piernas reales se encontraban corriendo bajo el manto oscuro de la Vega granadina con frontal en la frente y eso también resultó mágico. Está claro que esto de correr por la noche se está convirtiendo en algo adictivo. Seguramente porque te reconcilia con el ser más ancestral que está agazapado en lo más hondo de todos nosotros; ese que, en algún momento, salió por primera vez de una caverna y se topó con el azulado reflejo de la luna en un río poco profundo y eso provocó su primera emoción inolvidable. 
Son momentos mágicos, decía. Esos momentos que otros aspectos menos interesantes de la vida nos impiden ver. Esos momentos que alguna gente jamás lleva a vivir; es más, que jamás llegan a imaginar que puedan existir. 
Momentos sencillos y que están ahí a nuestro alcance, pero que una venda oscura y sólida nos impide ver. Una venda que está fabricada por los más perniciosos enemigos que nos roban el tiempo, el alma, el espíritu y la felicidad y que nos hacen pensar que están ahí para adornarnos la vida, pero lo único que hacen es arrebatárnosla. Esos enemigos adquieren muchas formas y por eso es tan difícil de advertirlos. En ocasiones se visten de cosas materiales, ya sean grandes coches lujosos, grandes objetos carísimos, que en realidad sólo sirven para hacernos más desventurados y apartarnos de lo que realmente importa, y en otras ocasiones no son más que supuestos entretenimientos que salen de la caja tonta o de compañías nocivas que con el propósito -dicen- de entretenernos lo único que hacen es alienarnos y apartarnos de lo más vital e importante. 
Por eso, esos mágicos y sencillos momentos adquieren tanta importancia. 

25 septiembre 2014

CORRER EN LAS CUATRO ESTACIONES

No sé si a vosotros-as, lectores corredores os ocurre, pero a mí me cuesta arrancar a correr cuando cambia la estación del año. En verano llevo mal el principio del calor; en otoño, percibo la melancolía del final del verano y me cuesta adaptarme a la menor luz y a las tardes más oscuras y solitarias; en invierno, el frío me abofetea la cara sin piedad y me cuesta verme en los caminos gélidos; y en primavera, aunque me cuesta menos correr, las alergias por mínimas que sean y la excesiva luz que penetra de golpe en las pupilas me impiden desacostumbrarme al invierno como debiera.
Sin embargo diré que me gusta correr en todas las estaciones, porque al final me encandila cada paisaje estacional, cada secuencia que voy percibiendo mientras corro. 
Porque en verano, cuando ya voy tomando contacto, me gusta el calor, sumergirme por esos caminos polvorientos de olivos o de vega; o sumergirme en una recta carretera y ver a lo lejos las manchas de agua que el fuerte calor provoca en nuestra falsa visión óptica. 
Porque en otoño, que quizá sea mi mes predilecto para correr, me gusta pisar las hojas caídas y escuchar su crepitar al tiempo que contemplo las alamedas peladas y esqueléticas. Percibir la tenue lluvia que cae en tu cara y ese olor a tierra mojada, que junto al del pan recién el hecho, es lo mejor que nos han ofrecido los dioses para el olfato.
Porque en invierno me gusta enfrentarme a la épica de las tardes oscuras, frías y lluviosas; y observar cómo no se ve un alma mientras corres; y contemplar a las avefrías en la Vega para admirarme de cómo estos grandes pájaros aguantan el frío con estoicidad cartujana. 
Porque en primavera me ilusiona observar el renacimiento de la naturaleza y escuchar los primeros cantos de las pájaros venidos de climas más cálidos y saber que hay más día y mejor temperatura para poder correr. Y volver a reencontrarme con la ropa técnica más ligera. 

La Vega en otoño. Foto de J.A. Flores


Por eso, la otra tarde comprendí que la apatía con la que corría los primeros kilómetros no era más que la adaptación necesaria para comenzar a correr en otoño que, como decía, es quizá la estación en la que más me gusta correr, una vez superado este periodo de adaptación incierto. 
 
  

18 mayo 2014

REBOSANTES LAS PIERNAS

El viernes, a eso de las siete y cuarto de la tarde, cuando el calor aún estaba dando sus incómodos últimos coletazos, salía a correr casi trece kilómetros. No sabía cómo iban a ir las piernas porque en todo lo que llevamos de año no había tocado esa distancia. Pero era necesario ir probando.
No lo pensé demasiado. No iba a hacer ninguna enumeración mental de los inconvenientes físicos por los que había atravesado desde los últimos días del año anterior. Había que pasar página si quería crecer. 
Sabía que de nada iba a valer aferrarme a los recuerdos de épicas anteriores, cuando todo iba bien a nivel físico. Eso no ayuda ni a dar un paso. Todo lo más a afrontar con más confianza los nuevos entrenos con vocación colmado de kilómetros. Así que no había otra fórmula que comenzar con un paso y a continuación dar otro. 


Me introduje por viejos caminos conocidos. Esos que siempre han estado tan presentes en mis entrenamientos permanentes. Las vastas extensiones de cultivo de la vega, las alamedas atareadas con su rumor permanente, las acequias ora rumorosas ora calladas, el Cubillas poco caudaloso, pero siempre mostrando su generoso cauce, las aves retornadas de climas más cálidos luchando por ocupar de nuevo su espacio, todo dispuesto para que nada me fuera ajeno. Tan sólo era necesario no pensar en lesiones ni en la falta de forma. Alzar las piernas lo que permita la fuerza y el empuje y disfrutar, sólo disfrutar, que para eso corremos. No para otra cosa.
Pasaban los kilómetros y las piernas respondían. En ocasiones una brisa de aire fresco ayudaba y en otras su ausencia dificultaba. Y así hasta el kilómetro diez, muy cerca ya del lugar de destino. 
Una fuente de agua en el camino y las fuerzas cada vez más justas. Tienes que acabar los trece kilómetros, me decía. No te preocupes de ritmos. Es más no mires el crono.
Son momentos críticos porque sabes que acabando la totalidad del recorrido, te vuelves a reencontrar con tu yo anterior; por el contrario, si no lo consigues, debes de comenzar a reprogramar todo (menos kilómetros y más entreno. Y otra actitud).
Pero finalmente lo consigo. Con mejor diagnóstico de los esperado. Hay esperanza. Hay futuro. 

Y con esas perspectivas en el día de hoy -domingo, 18 de mayo- me dispongo a hacer entre diez y once kilómetros. Hace calor a la hora que comienzo el entrenamiento, pero no me importa. Me siento fuerte. Y confiado. Han vuelto las buenas sensaciones. He vuelto a creer en mí. Algo ha crecido.
Me sumerjo por extraños camino de la Vega. Caminos intuidos pero aún no explorados. Me digo que es probable que corredor alguno los haya atravesado. No sé bien por dónde voy pero hay psicología. Conecto con caminos principales ya conocidos y vuelvo a entrar en caminos secundarios no conocidos. A veces veo a lo lejos Pinos Puente como una brújula. En otras ocasiones no.  Pero las piernas van. Rebosantes las piernas. Rebosante el espíritu. Rebosante todo yo. Me he reencontrado. Me siento de nuevo corredor.

24 diciembre 2012

¡POR SUPUESTO QUE HA HABIDO MAÑANABUENA!

Viene a ser como un día más de entrenamiento, pero con un sabor especial. No sé si sabría explicarlo con palabras, porque es vivencial, pero en esta mañana -¡que ha sido soleada y calurosa!- cada palmo del camino que pisaba parecía teñido de algo distinto; los olivos que se alineaban a derecha e izquierda durante toda la ruta parecían respirar de otra manera; y el silencio de la dócil mañana era otro. 
Además, era muy apreciable que en los numerosos cortijos y casas de labranza que se arremolinan a lo largo de la ruta, entre Caparacena y Pinos Puente, el humo de las chimeneas tenía una actividad más febril que en días convencionales y existía otro tipo de prisa entre las personas que me he ido cruzando. 
Pero lo más singular de todo ha sido el fuerte calor. Sobraba la manga larga y sobraba la malla corta, echando muy en falta la equipación de verano que, como es lógico, duerme en el armario a la espera de la primavera y el estío. 
También he observado que los raros pájaros que se quedan en estos lares fríos -pasando del esfuerzo de tener que emigrar a África y otros lugares más cálidos-, no saben cantar. Lo intentan, pero nada. Se les ve aleteando de un árbol a otro sorprendidos por el buen clima, pero no saben cantar. 
Es eso lo que precisamente ha distinguido hoy a cualquier día de primavera, porque las hormigas, atribuladas y confundidas, iban en fila de hormiga en busca de sus viandas y que algunas madreselvas del camino intentaban enseñar sus recientes capullos. 
De ahí que en la 'Mañabuena' de 2012 me haya decantado por subir y bajar veredas de olivos, algo que no he podido hacer en los años anteriores por la lluvia en estas fechas. Porque subir y bajar veredas -ya lo he escrito en alguna ocasión- es algo muy estimulante  que te inspira confianza, te da fuerza y te sugiere brío. Ahora bien, no he sentido las mejores sensaciones y el cansancio ha aparecido en algunos momentos. Sin duda, en algo han debido influir las series del pasado miércoles y la sesión de MTB de ayer. 
Sin embargo, nada de eso importa. Lo importante es que estamos casi despidiendo el año y seguimos rodando a buen ritmo. 
Sin duda, correr hoy, una vez más, ha sido muy especial.

¡QUÉ TENGÁIS  UNA FELIZ Y PRÓSPERA NAVIDAD! 

11 diciembre 2012

CRÓNICA (GRÁFICA) DE UN POSTENTRENAMIENTO

El entrenamiento de esta mediodía de diciembre ha sido espectacular, pero no sólo por las buenas sensaciones y la fluidez que he sentido en mis piernas, sino por haber entrenado en una majestuosa y fría mediodía de otoño. 
Cuando comencé a correr, la Vega se encontraba brumosa, imperceptible casi en la lejanía, pero en la misma medida que mis piernas avanzaban, esa brumosidad se iba alzando dejando sin ruido, dejando paso a un débil sol de diciembre que aventuraba ya la entrada del invierno.
Correr en esas condiciones climatológicas y acompañando también las físicas es algo especial como sabe quien corre habitualmente, por lo que no pude resistir la tentación de arrancar unas cuantas fotografías para que podáis participar de lo que esta mediodía viví y presencie, aunque sea al terminar el entrenamiento. Qué mejor que unas imágenes para acompañar estas torpes palabras.

Llego de completar la ruta de más de 13 kilómetros y no puedo más que impresionarme ante el tapiz de hojas caídas que pisan mis zapas. Las formas de las hojas son perfectas y noto la suavidad de su textura bajo la suela, casi como si pisara un alfombrado. 

Pero alzo la mirada y me encuentro con un paisaje aún más sobrecogedor.  La pléyade de colores ocres y verdes del otoño y el día claro transforman el paisaje en una especie de cuadro al pastel. Miro el horizonte, el cual acabo de atravesar allende las alamedas y éste se pierde. La quietud es enorme.  

Es tan impresionante el paisaje que me rodea que no encuentro el momento de comenzar los estiramientos. Todo es bellísimo, pero estoy comenzando a enfriarme.

Hay que comenzar a estirar. Descubro que se puedo estirar y seguir contemplando el magno espectáculo de las hojas caídas y el paisaje otoñal de alrededor....,

....como por ejemplo esta verdadera alfombra en que se ha convertido la única calle del Cortijo de Alitaje. En ese momento todo es quietud y puedo escuchar nítidamente el lenguaje de los pájaros. Me concentró en sus sonidos y acabo comprendiendo que se están comunicando.

Esta vista, que ya he reproducido en varias ocasiones -pero que siempre es distinta-, siempre me impresiona. Así de diáfano y luminoso se encontraba esta mediodía el Piorno desde Alitaje. 


06 diciembre 2012

UNA HORA DE VEINTICUATRO



Esta tarde -a eso de las tres- he corrido por una Vega fría, solitaria y brumosa, ignorando por completo todo que tuviera que ver con esta Constitución mohosa y acartonada. 
Y huelga decirlo: correr ha sido una delicia. Han sido tan sólo trece kilómetros pero los he disfrutado metro a metro, sencillamente porque me he sentido liviano y ligero en todo momento. De manera que me he dedicado a ir bebiéndome el paisaje a un ritmo tranquilo de 4'46'' de media, que me permitiera beberlo a pequeños sorbos, como un buen brandy. 
Una hora de veinticuatro dedicada al deporte que nos hace mejores personas y nos mantiene sanos. Una hora que reverbera a lo largo y ancho de las otras veintitrés restantes. Es así como lo he sentido. 

Hacía frío como decía e iba abrigado. Con guantes y gorro y con malla larga. Porque quería sentirme cómodo y protegido ante tan magno espectáculo de las hojas en el suelo ya ennegrecidas, anunciando ya la pronta entrada del invierno; porque quería que el disfrute fuera lo más intenso posible. Y así ha sido. 
Si algo me alegra de estos días tan festivos y ociosos es poder dedicarme a correr. Ya no importa que las tardes sean cortas, ni que el despertador sea un artilugio de tortura, porque en esta actividad de correr, en mi caso, no existe obligación, todo lo contrario. De hecho, no hay pensamiento que más me plazca que pensar, cuando acabo de hacer una ruta, en la ruta que haré al día siguiente. 

11 noviembre 2012

SE PERDERÁ COMO LÁGRIMAS EN LA LLUVIA

Carretera Búcor con el histórico Cerro de los
Infantes a la derecha.
  
   Soy humano y en ocasiones me pregunto sobre qué es lo que se activa en mi motivación cuando cualquier mañana de fin de semana o cualquier tarde -o incluso cualquier noche- esté lloviendo, haga frío o esté nevando, me visto con la ropa técnica adecuada y enfiló cualquier carretera local o cualquier camino asfaltado o no y me dispongo a batirme contra el terreno y a acumular kilómetros; subir cuestas; bajarlas; deslizar mi mirada a través del horizonte y sumergirme en una inacabable recta para doblar una curva y encontrarme otra recta de igual o superior longitud; introducirme en caminos inhóspitos o embarrados o sumergirme en carreteras sinuosas y solitarias, sabiendo que puede arreciar la lluvia o el frío y tan sólo contaré con mis pulmones, con mis piernas y con mi corazón ¿Cuál es la motivación? 

Desvío a Olivares con el pueblo al fondo.
Pero siempre que me lo pregunto se reafirma más la idea de que es lo que debo hacer; es lo que quiero hacer, por encima de otras cuestiones más o menos mundanas. Prefiero diseñar una ruta de 20 kilómetros -como la del sábado- a reservar una mesa en un restaurante de lujo; correr por esos caminos con lluvia y frío -como hice en la mediodía del domingo- a abrir una botella de champán para celebrar éxitos efímeros y terrenales; correr una noche cerrada por el Albayzín a arroparme en una mesa camilla. Porque sé que todo a lo que renuncio tiene su tiempo y su momento y siempre se podrá hacer, pero no siempre se podrá correr en plenitud física y mental, tener la fuerza necesaria para subir cuestas y veredas y contar con la motivación necesaria para correr en la noche cerrada por la ciudad, porque es algo efímero y se perderá como lágrimas en la lluvia. Y porque no deseo, como en el poema de Borges, tener que añorar lo que no hice cuando ya no sea posible hacerlo. 

(FOTOS DE GOOGLE EARTH DE DISTINTOS PASOS DE MI RUTA DE 20 KILÓMETROS DEL PASADO SÁBADO ENTRE PINOS PUENTE Y OLIVARES)

26 octubre 2012

CUANDO LA LLUVIA DEJA DE SER TU ALIADA

Me gusta la lluvia. Siempre lo digo: me gusta que me llueva cuando entreno. En ocasiones la lluvia me busca a mí, pero en otras yo la busco a ella. Pero hay un límite. Y ese límite yo lo sitúo no en lo que cae del cielo sino lo que veo en el suelo. 
Lógicamente, cuando llueve, va a llover o ha llovido, busco asfalto y me alejo de los caminos. Entonces disfruto cuando el sudor se mezcla con el agua del cielo en la frente. Y si no hay viento alguno y la temperatura no es muy baja se redondea el círculo. Vas contemplando los árboles y plantas en la orilla del camino o de la carretera y observas el atribulado vuelo de los pocos pájaros que los tienen bien puestos y han pasado de emigrar a otros países buscando temperaturas más suaves y secas. Y admiras a ambos. Es más te congratulas con ellos. Yo que corro en soledad el noventa y nueve coma nueve por ciento de las veces, me siento en estas circunstancias narradas un ser de la naturaleza, protegido por ella pero también zarandeado, igual que ese pájaro que vuela a ras de suelo atribulado por el peso que le causa el agua en sus abundantes plumas. Los árboles no se inmutan, pero en ocasiones también los veo sufrir. Como ocurrió el pasado sábado o ha ocurrido en la tarde del jueves, cuando escribo estas líneas. 


Porque como decía más arriba hay un límite. Y ese límite lo veo en el suelo, justo en el momento en que, aún siendo asfalto, el agua se congrega en balsa y ya de nada vale esquivar los charcos: todo es un charco. Y cuando miras la frente y lo que ves no es otra cosa que una cortina de agua que, amenazadora, lucha por quitarte el protagonismo. Es, entonces, en esas circunstancias y situaciones cuando dudas. 
Si minutos antes, con el agua recién caída, la ropa aún no demasiado empapada, el suelo sin balsas, el pájaro alzando el vuelo sin problemas y el árbol soportando con entereza el agua, si esos minutos antes, alimentándote del sin par olor a tierra recién mojada, has disfrutado como un enano, ahora te llegan las dudas. Porque ya no  pisas la solidez del asfalto, tan sólo chapoteas y el color de tu ropa técnica ya no es definible. Ni tan siquiera ves ya al pájaro alzar el vuelo y algunos coches que pasan por la carretera hacen ademán de detenerse por si necesitas ser transportado (algunos me han preguntado en alguna ocasión). Si ocurre todo eso, lógicamente, dudas. Compruebas que la lluvia ya es tan intensa que está dejando de ser tu aliada, se está volviendo hostil. Pero aún así, aprietas los dientes, calculas los kilómetros que te quedan e intentas dejar la mente en blanco, intentando pensar aún que la lluvia sigue siendo tu amiga, esa que te acarició el rostro nada más hacer presencia.  

27 septiembre 2012

BUSCANDO RECOVECOS DE LA EXISTENCIA

Sería difícil explicar -y mucho menos convencer-, a alguien que no es corredor, que esta disciplina deportiva va mucho más allá del mero ejercicio físico. 
En la entrada de ayer apuntaba sobre lo que supone correr en el comienzo del otoño. Las días son mucho más cortos y la luz, que se esfuma cada vez antes, es más turbia y plomiza. Es posible que haya días lluviosos y que las hojas de los árboles ya comiencen a caer para, de esa manera, volver a comenzar su ciclo, que alcanzará su plenitud muchos meses más tarde, en primavera. 
Comenzarán a aparecer los primeros humos de las chimeneas, pero es probable que ese humo no sea otro que el de las castañas asadas. Ya hay bandadas de pájaros que inician su errático viaje en grupo hacia lugares más cálidos y las calles se quedan más despobladas, en la misma medida que las terrazas -¡gracias a Dios!- ya comienzan a plegar sus sombrillas y almacenar sus mesas y sus sillas.
Pero muchos más vacíos quedarán los caminos, veredas y carreteras por los que corremos habitualmente; y para colmo, hay que organizar la tarde -si somos corredores vespertinos- para que el astro rey no nos asombre con su retirada. 
Es otra época; es otro correr. Y a esas nuevas circunstancias hay que adaptarse porque el entrenamiento no puede detenerse de la misma manera que no se detiene la competición. Hay que volver a remover el armario y comenzar a sacar, al menos, las primeras capas de nuestras equipaciones técnicas, sin que sea prudente precintar aún la ropa técnica de verano. 
Cambian los bioritmos, cambia la forma de hacer la digestión, cambian muchas cosas. Pero a todo eso hay que enfrentarse sin más remedio. 
Además, el otoño es más melancólico, más cercano al hogar que a la calle, pero eso tampoco puede convertirse en un problema, ya que la inclinación al hogar siempre conlleva menos resistencia que la inclinación a patear caminos. Y es en ese momento en el que tiene sentido la frase del título: 'Buscando recovecos de la existencia'. 
Enfocada esa frase en el corredor, podría considerarse que éste se sumerge - como todo el mundo- en una existencia cotidiana, en la que cobra un principal protagonismo el trabajo, el estudio, la familia, las obligaciones cotidianas, de manera que ante ese marasmo difícil es buscar recovecos. 
Toda persona debería ser creativa y afrontar cada día como una nueva oportunidad de hacer una lectura distinta de la cotidianidad. La mayoría no lo hace porque se deja llevar por la magnitud de las obligaciones diarias: no hay lugar para la creatividad. Pero hay otras personas que intentan buscar cada día -yo lo intento al menos- una nueva motivación, un nuevo recoveco que haga despertar el alma y los sentidos. Unos lo buscan en la lectura, otros en la reflexión, otros en el cine, otros en la música. Todos esos argumentos son válidos. Los corredores, además de buscar esos recovecos en todo eso, tenemos el privilegio de hacer una lectura del día completamente distinta, simplemente, acudiendo a nuestro entrenamiento más o menos diario. Es más, si conseguimos que ese entrenamiento no se convierta en rutina habremos rizado el rizo. 
Para muestra un ejemplo propio: en esta tarde plomiza y lluviosa de miércoles, cuando la cotidianidad parece ahogar a todo el mundo, cuando las noticias sobre la crisis y los recortes planean por las atribuladas cabezas, consideré como lo más creativo hacer una ruta poco usual, perderme por una carretera prácticamente solitaria rodeada de la belleza que confiere el otoño a la naturaleza y desafiar a la fresca tarde vistiendo aún la ropa técnica que he utilizado en verano. Quería sentir la fría brisa del otoño  Era una forma de rebeldía, una forma de buscar un recoveco que la rutina jamás ofrecerá. Para colmo me salió, sin buscarlo, un ritmo casi de competición -¿sería por la motivación?-. Ese es nuestro privilegio al margen de ritmos, marcas, competición y otras cuestiones menores. Pero, claro, esto no es fácil explicárselo a quien no suele correr, pero confío que vosotros amigos y amigas corredores sepáis de qué hablo cuando hablo de correr (dixit Murakami).  

26 septiembre 2012

EL CORRER Y SU MAGIA


Piensa la gente que los corredores siempre vamos con una sonrisa en la cara cuando  nos disponemos a correr. No es cierto; de hecho, en muchas ocasiones no se encuentran ni las fuerzas ni las ganas para ir a correr. De ahí que a los corredores no nos baste con la mera afición. Por el contrario, son necesarios muchos más aditivos para poder encarar con dedicación y voluntad esta disciplina. Porque de una disciplina como otra cualquiera se trata.
Viene a cuenta esto de lo reacio que me encontraba el lunes para hacer un rodaje que, inicialmente, pretendía ser suave, entre el Pantano del Cubillas y Caparacena -ida y vuelta-. Nueve kilómetros bien medidos no exentos de varias complicaciones orográficas. Ese lunes, no me hubiera bastado con la mera afición, porque resulta que cuando entra el otoño y la luz de la tarde se vuelve melancólica, cuesta patear caminos y veredas. Esos caminos y veredas que has recorrido con placer y deleite en los luminosos meses del verano. Pero ahora es distinto: va entrando el frío, el sol calienta menos y hay mucha más soledad en las rutas que no ha mucho se mostraban pobladas de gente. Ahora, por arte de birlibirloque desaparecen, mientras que tú sigues haciendo tus mismas rutas de siempre. Pero cuesta enfrentarse a esta nueva estación meteorológica y en esas nuevas condiciones. 
Sin embargo, cuando presumía y casi daba por sentado que serían unos kilómetros penosos, todo ocurrió justo al contrario. Me sentí ligero desde el primer metro y mis piernas querían más ritmo. Yo no era el que creía que era antes de comenzar a correr. Y así, de esta forma, transcurrieron estos nueve kilómetros, intentando moderarme en el ritmo porque no se trataba de competición alguna. 
Sin duda, son estas circunstancias inéditas e imprevisibles las que hacen que nuestro deporte despliegue la magia que despliega, porque sin ella todo sería mucho menos llevadero.          

18 septiembre 2012

EL CORRER Y SU GRANDEZA

No sé si somos de otra pasta, como decía Rafa Bootello en un comentario a la anterior entrada. Pero, sí, es cierto que no somos demasiado normales. Una persona normal -que también lo somos en esencia-, por lo general, no suele madrugar un domingo, haga calor o frío, y coger el coche para desplazarse a otra ciudad o pueblo para correr a lo ancho y largo de 42, 21, 15 o 10 kilómetros. De hecho, tampoco es muy común hacer esos kilómetros sin que exista la necesidad de desplazarse. 
Cuando compraba pan y unas tortas en Guadix tras recuperarme de la Media Maratón del Melocotón, la dependienta reconoció en mí que venía de correr y me preguntó por la carrera. '¿Cuántos kilómetros son?', fue la pregunta que me hizo desde la tranquilidad de su comercio. 'Veintiuno' le contesté. 'Desde El Bejarín a Benalúa, debe ser duro', comentó la dependienta. 'Sí, en esta prueba y en estas fechas todo es duro, pero nos dedicamos a esto', ratifiqué finalmente. No es más que una breve conversación entre una persona que no se dedica a esto y otra que sí, aunque sea por mera afición. 
Paseé un rato por la bella ciudad de la Alcazaba nazarí, de la Catedral barroca, del buen pan y de los buenos churros, y pensé en aquella breve conversación: una ciudad que apenas acaba de levantarse, una panadera que vende su pan aún caliente y unos cientos de corredores que acaban de culminar veintiún duros kilómetros. Todo muy surrealista. Surrealista, porque mientras me dirigía al coche a dejar la bolsa de pan y tortas caseras, se daba el hecho casual que junto a donde estaba aparcado mi vehículo estaba el kilómetro 20 y que por él aún pasaban con cuentagotas algunos corredores. Eran los que iban a acabar en torno a las 2' 15'' y 2' 30''. Lógicamente, se les veía cansados, muy cansados, pero ilusionados por llegar, ajenos a cronos y a otras cuestiones menores. Animé a cada uno de ellos, y cada uno de ellos me devolvió las gracias. En particular, recuerdo a una chica, bastante gruesa. La observé dando sus agónicos pasos, sin apenas levantar las piernas del suelo y le dije que ni tan siquiera le faltaba un kilómetro -ocultándole que era el más duro-. Esa chica, bastante metida en carnes me inspiró heroicidad y convicción. A esa hora -casi las doce y media de la mañana- la mayoría de la gente estaba recién levantada, probablemente acicalándose para desayunar tardíamente, o bien, tomarse unas cañas. Coger relajadamente la prensa del día y sentarse en una vistosa terraza de un bar y ver pasar el domingo. Sin embargo, ella, llevaba levantadas varias horas y allí estaba luchando contra la onerosidad de su cuerpo y su último kilómetro. Me pareció algo lírico. Al poco, reconocía a un corredor que vestía la equipación de mi club. Se trataba de un conocido, con una edad aproximada a los 70 años, que con paso firme y estiloso se dirigía a culminar su enésima media maratón. El crono no importaba. Le saludé y me devolvió el saludo alegremente. A lo lejos les vi a ambos. La chica ya subía en dirección a la Catedral y el compañero de mi club curvaba hacía la derecha para enfilar los últimos ochocientos metros. Dos héroes silenciosos, que en una calurosa mañana de domingo y por un terreno agreste estaban a punto de culminar una gesta.  
Mientras tanto, en algún lugar, alguien sin mérito alguno -un político, el príncipe, el mismo rey o algún otro parásito del sistema- probablemente a esta ahora,  ante una cámara de televisión,  se bañaba en multitudes a cambio de contar mentiras y hundir aún más el país. Y pensé, con tristeza, lo injusta que es, en ocasiones, la vida.

30 agosto 2012

HASTA DONDE EL CORRER TE LLEVE (O LA MAGIA DE CORRER)

Imagen del blog de josemanuelfv, cuyas excelentes fotografías tan amablemente me autorizó a utilizar.
 
Hasta donde el correr te lleve. Esa es la frase que mi mente buscó, ayer por la tarde, cuando me disponía a hacer mi ruta de 10,5 kms. Y no es porque haya leído -ni creo que lea jamás- la exitosa novela de Susana Tamaro: 'Donde el corazón te lleve', sino porque hay días en los que correr se convierte en algo extraño y sinuoso. Es como si un hipotético disco duro interno perdiera de pronto su memoria y se pusiera a cero. Tal vez, una siesta demasiado extensa, una noche anterior larga por mor del buen cine y la buena lectura o el calor propio de estas fechas, que te golpea como un mazo, a pesar de que está remitiendo. Sea el motivo que fuere, lo cierto es que correr en estas condiciones adversas se convierte en un duelo titánico. Corres porque debes, no porque quieres. Las piernas pesan casi tanto como el alma, duelen las rodillas -algo que en mi casi nunca ocurre-, sientes pinchazos en los gemelos -algo que en mí sí es frecuente-, duele hasta el cuello y, probablemente, hasta las cejas. Es entonces cuando pongo el piloto automático (piloto automático: dícese cuando eres consciente de que tu cuerpo y tu mente no funcionan y dejas llevarte con voluntad nula por un mecanismo invisible) y delegas que el camino guíe tus pasos (delegar que el camino guíe tus pasos: dícese cuando consciente de que tu voluntad es nula y ya has accionado el piloto automático, dejas que el camino sea el que te lleve a su manera). Y es eso lo que hice. O eso o detenerme y dar la vuelta, porque en estos días te sientes el corredor en ciernes que fuiste y como el disco duro se ha reseteado ya ni recuerdas ni lo que has corrido ni durante cuántos años lo llevas haciendo. Y, claro, correr en estas circunstancias, donde el olvido se apodera de todo, es una tarea imposible. 
Mis pasos son torpes y no alzo apenas las piernas; de hecho, voy arrastrando cualquier piedra del camino por poco protuberante que sea y comprendes que el paso de los kilómetros no va solucionando nada, mientras que el Forer, que tienes programado para que pite cuando vas por encima de los 5'40'' el mil, comienza su particular banda sonora. Te sientes un ser miserable sobre la tierra. Hasta que movido por una necesidad fisiológica -en verano siempre me detengo a orinar a los dos o tres kilómetros de iniciada la ruta porque me atiborro de isotónico para hidratarme cuando no llevo correa de hidratación-, me detuve en la mitad de la nada, con más ánimo de reflexionar que de orinar. Observo el paisaje a mi alrededor, en el que las altas alamedas y los campos de cultivo de la Vega se arremolinan en torno a las frescas y correosas acequias de trazado nazarí, y hecha mi necesidad fisiológica vuelvo al camino. Detecto, entonces, que la mente ya va rigiendo y que las piernas se van alzando. Van desapareciendo los microdolores de rodillas y  gemelos y el piloto automático -que tiene un mecanismo automático, de ahí su nombre- se desconecta por su cuenta; y la tarde que es oscura porque el sol ya ha perdido casi el pulso con el ocaso, de pronto se vuelve resplandeciente. Llegan las sensaciones y con ellas la reconciliación. El Forer silencia su particular banda sonora y pareciera que ya no existieran piedras en el camino. Quedan tan sólo cuatro kilómetros de ruta, pero éstos se convierten en deliciosos. Una vez más la magia de correr se ha impuesto.   

UN NUEVO PROYECTO ARRIESGADO

  Tras acabar mis dos últimas novelas, Donde los hombres íntegros y Mi lugar en estos mundos , procesos ambos que me han llevado años, si en...