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22 enero 2013

CORRER EN ENERO CUESTA TANTO COMO LA CUESTA

Correr en enero cuesta; tanto como la cuesta de este mes, que para cada vez más gente es tarea casi imposible subir. Pero no son los motivos económicos los que impiden a un correr concienzudo correr en cualquier mes del año, sino los climatológicos. 
Como sabéis quienes seguir este blog con cierta frecuencia, no soy corredor que me amedrante ante la climatología adversa. He corrido con lluvia torrencial, bajo un inmenso manto de nieve, bajo un frío polar, en mitad de una temible tormenta y también con calor; y en pocas ocasiones he desistido de mi entrenamiento si ya me he enfundado la ropa de entrenamiento o he ido con el coche hasta el lugar de ese entrenamiento. En otras palabras, pocas veces he desistido. 
Sin embargo, tengo un gran enemigo -creo que lo tenemos todos los corredores-: el fuerte viento. No el normal viento que con sus feroces rachas en ocasiones te frena en seco, no, sino el viento huracanado que impide dar un paso, y si además éste viene acompañado de lluvia y frío el correr se hace imposible.
Y fue ese el motivo el que hizo que el pasado sábado, a eso de las dos de la tarde, ya vestido con la ropa técnica, con la malla larga, con las zapatillas atadas, con los guantes ajustados, el cortavientos más efectivo y el gorro de lana más cálido, es decir, provisto de todo lo necesario para hacer una ruta de al menos 15 kilómetros, hube de desistir; anduve unos minutos a lo largo de los primeros metros de la ruta, como suelen hacer los árbitros en el campo de fútbol para decidir si suspenden el partido y, a pesar de no querer reconocerlo y sentir cierta frustración por no llevar a cabo mi entrenamiento sabatino, hube de esconder el rabo entre las piernas y venirme cabizbajo hacia el coche, con una sensación muy extraña. No obstante, estuve unos minutos dentro del coche, como suelo hacer cuando la climatología aconseja no correr, pero como si se tratara de una maleficio el viento huracanado se multiplicó y ya sí, ya no tuve ninguna duda. Lógicamente, intenté compensar esa falta de entrenamiento con una tabla de gimnasia y abdominales un poco más exhaustiva de lo normal, pero ya bajo la comodidad del techo del hogar. No había otra opción.
No obstante, como la venganza se suele servirse en un plato frío, al día siguiente, el domingo, habiendo mejorado algo el tiempo, no lo dudé y me lancé a hacer esos 15 kilómetros que no pude hacer el sábado; eso sí, con bastante viento aún en algunos tramos, atravesando caminos embarrados y en la más absoluta soledad de la Vega, excepto la presencia de aquella avefría que  emitió graznidos a mi paso, los cuáles yo interpreté como una señal de satisfacción por ver un ser vivo en la amplia Vega, aunque éste fuera  sólamente humano.                

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