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15 marzo 2022

LA INVASIÓN DE UCRANIA POR RUSIA: UNA VISIÓN DESDE LA IGNORANCIA (VIII)

 

LEER LA SÉPTIMA PARTE PULSANDO AQUÍ

UNA GUERRA ES UNA GUERRA

Lo que al principio nos hicieron creer los rusos nada tiene que ver con lo que está ocurriendo en Ucrania. Insinuaron más que afirmaron que buscaban una desmilitarización de Ucrania y la comunidad internacional pensó que se debía al contencioso que había entre estos dos países desde que se convirtieron en tales tras la caída del régimen comunista soviético; y sin embargo, en lo que se ha convertido no es en otra cosa que en una invasión cruenta con muchas víctimas civiles, muchos niños entre ellos, una invasión salvaje. Por tanto, los argumentos para juzgar a Putin y a sus generales como criminales de guerra ya es más que sólida, lo que hace imposible que el líder ruso sobreviva políticamente a esta invasión. Lo consecuente y coherente con el Derecho Internacional Penal es que acabe detenido, juzgado y encarcelado, pero jamás seguir dirigiendo a una de las mayores potencias de este desgraciado planeta. Ahora bien, hay que considerar que Putin no es Sadam Husein ni Muamad El Gadafi ni mucho menos Rusia es Irak o Libia. Y eso significa que habrá más víctimas inocentes y una probable guerra mundial si Rusia rebasa el territorio de Ucrania, algo que casi ya ha provocado, o cuenta con el apoyo de China, que se lo está pensando. 

EL APOYO DE CHINA A RUSIA

China sigue jugando al escondite. Ni dice que sí ni dice que no y eso es muy desasosegante porque China, a pesar de no tener la potencia nuclear de Rusia ni de Estados Unidos, es una gran potencia militar y económica y también cuenta con cabezas nucleares. Por tanto, desde mi punto de vista, que como sabéis mira desde la ignorancia, la participación de China, ya sea omitiendo o afirmando, es un punto de inflexión muy importante en este conflicto. Particularmente, la participación de China de alguna forma u otra nos debe de parecer muy preocupante, sobre todo si considera que su economía comienza a debilitarse por las sanciones a Rusia, países amigos desde la época bolchevique. No olvidemos que el mundo actualmente es una aldea global en cuanto a la economía y China sabe muy bien que no puede relajar ni un ápice su influencia económica internacional que hoy por hoy es su gran divisa.

Se dice de China que es un país paciente, un país que ha conseguido a través su laboriosidad ser el referente mundial de gran parte de la industria y, sobre todo, del comercio. Occidente lleva ya años cometiendo el error, por aquello de ahorrar costes, de producir todos sus productos en este enorme país, hasta el punto de que en los momentos más duros de la pandemia todo el mundo dependía de ellos para tener un par de mascarillas en el bolsillo. No solo que China es por sí misma una gran maquinaria que produce todo tipo de productos, sino que la mayor parte de la grandes de empresas y corporaciones del mundo Occidental fabrica sus productos en este país. Todo eso convierte a China en un enemigo muy importante en una contienda militar y quien la tenga de su parte tiene mucho a su favor. 


06 marzo 2022

LA INVASIÓN DE UCRANIA POR RUSIA: UNA VISIÓN DESDE LA IGNORANCIA (V)

LEE LA CUARTA PARTE PULSANDO AQUÍ

EL ÁNIMO INVASOR


Desde la noche de los tiempos ha existido la invasión de unas personas a otras, de una comunidad a otra, de un poblado a otro, de una ciudad a otra, de una nación a otra, de un país a otro...Pocas cosas han cambiado desde que el hombre comenzó a comprender que invadir a otro era rentable, además de una vía rápida para apoderarse de lo que el otro atesora, ya sea territorio, poder, objetos, medios de producción o, incluso, personas. Ni tan siquiera la cultura y las leyes han sido ajenas a la invasión. 

No es fácil remontarse a cuándo comenzó todo, pero es posible que desde el ser humano era más homo sapiens que hombre. 

Cuando Roma creció apoderándose de los territorios itálicos comprendió que debía seguir creciendo más allá de sus fronteras, así que pronto descubrió que si quería salir de sus estrechas fronteras debía de aniquilar a una potencia que ya dominaba el Mediterráneo: Cartago. Y ya no se detuvo hasta conquistar a los diversos pueblos de la península ibérica y los pueblos bárbaros del norte de Europa. Mucho más tarde, el Imperio español creció de manera desmesurada con la conquista de gran parte de los territorios americanos, en los que ya existían organizaciones nacionales, primarias, sí, pero organizaciones al fin y al cabo. Asimismo, los recientemente constituidos Estados Unidos de Norteamérica comprendieron que no podrían crecer si antes no sometían a las distintas naciones indias con el fin de ocupar su territorio. Y qué decir del ánimo expansionista fallido de Napoleón Bonaparte y mucho después del mismo Hitler o la impronta invasiva de esa nueva potencia emergente que surgió de la doctrina comunista tras la Revolución bolchevique, que había nacido tras la aniquilación de un sistema deshumanizado y oligárquico.

Todo ese proceso invasor se ha ido adaptando a los tiempos, pero no se ha detenido en absoluto. La prueba la tenemos en la actual invasión de Ucrania por parte Rusia en pleno siglo XXI, cuando ya creíamos que el mundo ya no sería territorio de invasiones de unas naciones por otras sino víctima de la invasión global y aparentemente invisible de Internet y  la globalización económica.

ARGUMENTOS INVASIVOS VARIOS

Los argumentos que han dado los invasores a lo largo de la historia ha sido diversos, si bien todos confluyen en unas cuantas ideas comunes: mejorar lo invadido, o bien justificar la invasión para evitar males mayores. Cuando Roma invadía a otros pueblos argumentaba que lo hacía para civilizarlos, argumento muy similar al que dio el Imperio español cuando invadió los territorios americanos. En otras ocasiones, como ocurrió con la invasión de Irak por parte de Estados Unidos y sus aliados, se argumentó que se hacía para evitar que el país de Oriente Medio construyerá armas nucleares, que es como decir que se invadía para hacer un favor a la humanidad. Mucho me temo que ninguno de estos argumentos fueran nunca probados, es más, en algunas ocasiones, todo lo contrario. Incluso Putin ha llegado a afirmar que invade Ucrania para desnazinalizar el país, aunque esté utilizando para tal fin supuestas prácticas filonazis. 

(Continuará)

13 agosto 2021

¡VAMOS A LA PLAYA!


Sí, estar unos días en la playa está muy bien. Tiene su encanto. Sobre todo poder mirar al mar de noche y descubrir su misterio. Pero todo eso lo afea la masificación. La abundante gente con sus ruidos, su suciedad, sus soeces varias, su vulgaridad. No todo el mundo tiene esos atributos, pero sí demasiada y todos a la vez en gran cantidad. Además, existe un esnobismo social de acudir a la playa que se palpa en lugares de interior, como si quisieran decir los esnob que quien no lo consigue aunque sea durmiendo en una pensión de media muerte o hacinado y por la cara en un piso de un pariente, que se convierte en patera en estas fechas, se trata inmediatamente en un apestado social. Luego llegó el boom de la segunda residencia y todo el mundo quiso tener su pisito o apartamento en la playa porque pasar julio y agosto en la ciudad, en el piso en el que resides todo el año no es más que pertenecer a esa clase desclasada de ciudadanos que no ha sabido sacar unos euros aunque sea arruinándose en una nueva hipoteca para poder comprar un trozo de habitáculo que permita escapar de la calina que emite el alquitrán de las ciudades que no disponen de mar. ¡Ay, las apariencias de riqueza y burguesía! Hay que huir como de la peste de estas ciudades, que tan solo son útiles para vivir el resto del año. Lo glamuroso, lo realmente chulo es irte a tu apartamento de la costa y contar tan solo lo bueno de ello (que lo hay, por supuesto) pero no lo negativo, lo desagradable: las enormes colas en tiendas y restaurantes, normalmente concebidos para una población más normalizada y no masificada, la imposibilidad de plantar la sombrilla en primera línea de playa a no ser que reserves el lugar a las siete de la madrugada y, digo yo, si estás de vacaciones para levantarte a las siete de la mañana qué tipo de vacaciones son estas, suponiendo que el fin de uno sea tostarse en la playa, que es el caso (eso sí, me gusta leer en la playa a partir de las ocho de la tarde, cuando esta se suele quedar quieta y exenta de masificación, que no siempre es así ni a esas horas vespertinas. Además, hay otros muchos inconvenientes que pocos nos cuentan como pueda ser, por ejemplo, las fiestas en pisos aledaños al tuyo, que has pagado no ya con los ahorros sino con otra hipoteca, en ocasiones coetánea a la principal del piso en el que resides. Y si no hay fiestas, que las habrá porque para eso estamos de vacaciones (dicen muchos) y cada vez se respeta menos al prójimo, encontrarás que te pisa en el piso de arriba familias muy numerosas y alborotadoras y las que vienen a visitar parientes descarados cargados también con familias inmensas y alboratadoras, por lo que ese adorado apartamento que te compraste con tus esforzados ahorros se convierte en un verdadero suplicio y que ni tan siquiera está en primera línea de playa porque los que están en primera línea de playa se construyeron en los años setenta y los nuevos ya van por la quinta línea y nos ves ni un centímetro de mar. Comprarte un piso en la playa y no ver un centímetro de mar es, quizá, lo más dramático de todo.
Sí, claro que me gusta el mar, nada es tan estimulante para la mirada y la imaginación, pero está ocupada, sí, totalmente ocupada por la zafiedad y el mal gusto. No quedan apenas paraísos porque los han ocupado las hordas.
Al hilo de lo que decía sobre la opinión que se suele tener de los que nos solemos quedar en las ciudades en julio y agosto, esgrimiré en mi defensa, que pocas cosas más agradables de ver que una ciudad totalmente vacía, sobre todo en la mayoría de los días de agosto. Una ciudad para ti en la que las terrazas de los bares no invaden ni hacen ruido porque, en muchos casos, son inexistentes, donde no hay apenas ruido de niños chillones ni de gente vulgar que da voces o ensucia, donde no hay ruido apenas de vehículos porque, sencillamente,  casi son inexistentes. Sí, podría decir que es el aspecto que más me gusta de la playa, que se pueble de gente para que los pringados, esos que no acuden a la playa por decisión propia casi siempre puedan disfrutar de la ciudad como no es posible hacerlo el resto del año. 



29 julio 2021

MATADEROS DE CRISTAL



                                                  Por José Antonio Flores Vera


Hasta hace bien poco no solían programar en televisión imágenes de animales agónicos en mataderos y granjas industriales. Era, y sigue siendo en gran parte, un mundo cerrado en el que las prácticas abusivas y terribles a animales, que luego serán comida para las personas, son muy frecuentes, sino inherentes a la actividad. En la intimidad y nocturnidad (literalmente) más absoluta se perpetran horribles atrocidades propias de un campo de concentración a aves, cerdos, terneras, becerros, bueyes, toros (cuando no sirven para la lidia), conejos, corderos, chotos…la lista es tan amplia que da verdadera congoja, tan solo enumerando a los mamíferos vertebrados porque hay un sinfín de prácticas similares o más perniciosas a otras especies (por ejemplo a las cigalas y otro tipo de crustáceos se sumergen vivos en agua hirviendo o son asados aún con vida en planchas y barbacoas para poder ser servidos como alimento ante la vista de los comensales en muchos casos). Millones de estos animales y otros (porque hay culturas que también sacrifican otras especies que no suelen sacrificar otras, como el caso de los perros y gatos en algunos países orientales, práctica que ya va cesando) son sacrificados cada día en todo el mundo. Pero no se trata tan solo de que sean sacrificados, sino que son maltratados desde que nacen, en su inmensa mayoría, humillados, haciéndolos entrar por su propio pie en el matadero (es tan cínica la legislación, que si no entran por su propio pie en el matadero no son válidos para consumo humano), y lo hacen a empujones, sino agredidos, punzados, apaleados, para después, en muchos casos, ser encerrados en mínimas jaulas o chiqueras donde enferman muchos de ellos de estrés o de ansiedad, de miedo en definitiva, como la imagen que pude ver en televisión hace muy poco de un cerdo que casi desfallecía de ansiedad y de miedo dentro de una ínfima jaula e intentaba llamar la atención con una de sus patas al cámara que lo grababa. Todo eso lo sabemos porque algunos empleados con alma lo han confesado y porque muchos investigadores lo han podido grabar de manera furtiva con sus cámaras. Admiro mucho a esos investigadores porque se trata de gente adscrita a movimientos animalistas, gente que dedica parte de su vida a la defensa de los derechos de los animales y tragan sus nauseas, su rabia, su compasión y sus lágrimas para que el mundo pueda ver lo que ocurre tras esos gruesos y tristes muros. Gracias a esa labor mucha gente está abriendo los ojos y habrá gente, por supuesto, que no los abrirá jamás porque la humanidad es muy diversa en cuanto a sentimientos y pensamientos. Hay gente que piensa que estos animales nacen para nuestro consumo, pero no es cierto en absoluto. 

Ha dicho el escritor sudafricano John Maxwell Coetzze, premio Nobel de Literatura en 2003 lo siguiente:  «Si hubiera un matadero de cristal en medio de la ciudad, un matadero al que la gente pudiera acercarse a escuchar a los animales chillar, a ver cómo son masacrados sin piedad, quizá cambiarían de idea» (Conferencia del 30 de junio de 2016 en el Centro de Arte Reina Sofía, de Madrid). Es una frase tremenda y sobrecogedora que ha repetido en sus conferencias por medio mundo; una frase que no muestra barroquismo alguno y nos da a entender que determinadas ramas industriales (la cárnica en este caso, pero tal vez más de las que pensamos) no mostrarán jamás qué ocurre puertas adentro porque en ese anonimato, en esa opacidad se encuentra la razón de ser de su negocio, a pesar de que existen inspecciones, rutinarias las más de las veces. 

Lo que dice el escritor Nobel es algo que todo el mundo supone pero que le cuesta ver porque la imaginación o el pensamiento jamás tendrán la acción testimonial de la visión y como eso es conocido por quienes llevan a cabo esas prácticas, bien porque es su trabajo o bien porque es su negocio, la manera más directa de evitar que el mundo conozca nada de lo que ocurre es dejar que sigan imaginando sin llegar a ver. Sin embargo, como decía al principio, las cámaras de televisión y la irrupción de las redes sociales (que algo positivo han de tener) cada vez penetran con  más facilidad en estos lugares y denuncian con imágenes lo que no basta denunciar con palabras. Y eso está generando cambios legislativos en muchos países (sobre todo los más avanzados), así como la forma de alimentarnos, sobre todo las generaciones más jóvenes, porque no está justificado ni es moral ni ético, muchos menos compasivo, que la gente no conozca, en realidad, qué ocurre cuando un filete llega a su mesa. 

Y, por supuesto, aquí no estamos hablando del efecto invernadero que provoca la ganadería industrial intensiva, ni de sus perversos efectos para el medio ambiente, ni de su escasa sostenibilidad, nada de eso, porque eso habría que dejarlo para los especialistas, sino de algo tan elemental y común como es la humanidad y la compasión hacia otros seres vivos que por el mero hecho de que no hablen o no piensen (o al menos eso creemos) no merecen el castigo que se les infligen para poder servir de consumo humano, pudiendo (como podemos) comer otros alimentos más éticos y sostenibles como la ciencia nutricional más avanzada o la ONU o la FAO no cesan de aconsejar.



02 junio 2021

UNA SOCIEDAD CADA VEZ MÁS HEDONISTA

 Cuando el virus se cebaba con todo el planeta o eso nos dijeron, llegué a considerar en serio que la humanidad iba a dar un importante vuelco hacia la sensatez, pero me asomo a mi terraza y veo la del bar de enfrente y concluyo que no, que nada ha servido para que el humano hiciera autocrítica. Veo a hordas de gente vociferante ansiosos de consumir, pugnando por encontrar una mesa y sentarse en mitad de la vulgar acera intentando imaginar paraísos que solo tiene en su imaginación. No hay más.


sería injusto si considerara que lo que veo desde mi terraza es el resumen del comportamiento de la humanidad. No en absoluto, porque de ser así estaríamos más que perdidos, aunque es un ejemplo bastante representativo, que se extiende a lo largo y ancho de cualquier punto geográfico, confirmándose que el hedonismo mal entendido ha cogido las riendas de la existencia de muchas personas. Por el contrario, hay gente muy decente que ha sabido tomar nota de la situación del planeta; que ha comprendido que el planeta, como órgano vivo necesita lo que le dimos en los primeros meses del confinamiento. La mala noticia es que esa clase de gente es poca en comparación con la que ha decidido hacer de este mundo una especie de uso tangible, sin importarles el medio ambiente, los animales o, sencillamente, el respeto a los demás.

Los vociferantes de la terraza de enfrente se complementan con los gritos de sus hijos a los cuales les han colocado unos parques infantiles la mar de cómodos junto a la terraza del bar. Y aquí habría que considerar también la ineficacia municipal, el no saber considerar que existen otras personas ajenas con derecho, sencillamente, al descanso o, simplemente, a no estar contaminado de ruído. Ayuntamientos que facilitan el caos.

Y es que la sociedad está a una letra de denominarse suciedad. Una suciedad que creamos los humanos por pensar que somos lo únicos dueños de la creación. Pero para crear hay que tener valores y reflexionar. No es posible ser responsable de nada sin valores y sin reflexión. Ese es uno de nuestros principales déficits. 

Creer que el ser humano, por serlo ya es garante del orden y la preservación del planeta es el principal error (inducido, en mi opinión) que históricamente ha cometido la humanidad. Tras la pandemia o aún saliendo de ella, yo ya tengo claro que la humanidad ha dado un paso atrás, se ha vuelto aún más egoísta e inconsistente, ha interpretado que es posible que el futuro no exista y ha decidido arrojar a la alcantarilla lo poco que vislumbra de él. Lo creo firmemente por lo que observo a mi alrededor. Cada vez interesa menos la reflexión, la lectura, el arte, el silencio o sencillamente una vida consecuente con lo que nos rodea, principalmente, el medio ambiente y los animales. Sí, lo creo firmemente porque lo veo cada día. Pocas personas escapan a ese aciago futuro.



30 mayo 2021

AGOTAMIENTO (DIARIO IDEAL, 30/5/2021)


Hay agotamiento. Los ciudadanos dan muestras de agotamiento en su comportamiento. También las Administraciones Públicas ofrecen lecturas nada disimuladas de agotamiento y se arrojan los trastos a la cabeza las unas a las otras. Las Comunidades Autónomas recriminan al Gobierno central que haya eliminado el toque de queda, dejándolas inermes; y los municipios critican a las Comunidades Autónomas por los cierres perimetrales, que consideran caprichosos. Todo el mundo ya está agotado y la poca luz que se ve al final del túnel provoca que el agotamiento se convierta en ansiedad.
Lo ves en las calles, en las terrazas, en las playas; lo deduces de los discursos de los políticos cuando un día afirman lo contrario de lo que afirmaron el anterior. Todo el mundo está agotado.
Y con ese agotamiento en el cuerpo y en el alma la gente se agarra a lo que puede, ya sea la vacunación o el alcohol. Porque los políticos están preocupados por el excesivo consumo de alcohol que beben los jóvenes, que beben y beben como si no hubiera un mañana. Porque eso es también síntoma de agotamiento. Y de desesperanza. No es nada nuevo, ya se decía en la antigua Roma.
Desesperanza en el futuro, que ya era oscuro antes del virus. Y eso también forma parte del agotamiento. Y si una sociedad da muestras de agotamiento no dispondrá de energía suficiente para afrontar el futuro.
Aunque es posible que el futuro, tal y como lo concebimos, ya no sea más que un producto de la imaginación. Eso ya lo advirtió Henry David Thoreau en su obra Walden al decir que «cuando un hombre reduzca un hecho de la imaginación a un hecho de su entendimiento, preveo que todos los hombres establecerán su vida sobre esa base».
Y es que la clave está en entender cómo saldrá de todo esto la sociedad, es decir, en qué situación quedará el mundo tras una pandemia universal; la primera pandemia universal moderna. Entender si seremos mejores seres humanos o, por el contrario, agotados y desesperados, mucho peores.
Cuando en los primeros compases del confinamiento se alzaron voces sobre lo necesario que era que el mundo se detuviera por un tiempo, mucha gente comenzó a albergar esperanza. No eran voces mesiánicas, sino contrastadas. De gente con discursos serios, con empleos serios, con libros escritos serios, con estudios serios. Gente solvente. Asimismo, los amigos del medio ambiente y de los animales se felicitaban por la vitalidad que estaba adquiriendo el planeta. Incluso las grandes agencias espaciales publicaron fotos con las pruebas de esa vitalidad de la tierra, que parecía sonreírnos desde esas fotos y decirnos: «seguid así, chicos, lo estáis haciendo bien». Animales salvajes se acercaban a los núcleos urbanos y a las costas, y especies que se presumían no existían comenzaron a pasear cerca de los humanos. Fue entonces cuando rebrotó la esperanza. Pero la esperanza no es más que un producto de la imaginación y no del entendimiento. De ahí que durara tan poco.
Porque el sistema no puede detenerse, dijeron los más interesados en que el sistema no se detuviera. No es el mejor sistema, pero es nuestro sistema, justificaron. Y la vorágine de los días, y el confinamiento que no terminaba y las restricciones que aumentaron y las mascarillas que afloraron y la desesperanza en general hicieron el resto.
Creo y creemos muchos que se perdió una gran oportunidad al no saber convertir la imaginación en entendimiento. 
El medio ambiente se ha vuelto más gris y los animales salvajes ya no pasean entre nosotros. 



22 marzo 2021

EL FRÍO GRIS DE LAS BALDOSAS (ARTÍCULO PUBLICADO EN EL DIARIO IDEAL DE GRANADA EL 22/3/2021)

El frío gris de las baldosas, es un artículo de reflexión de vocación poética publicado en el diario Ideal de Granada el 22 de marzo de 2021. Espero que te parezca interesante. 






22 diciembre 2020

EL HÉROE DE LA NAVIDAD: UNA REFLEXIÓN AMENA SOBRE LA NAVIDAD DE LA PANDEMIA

EL HÉROE DE LA NAVIDAD 


Uno tiene sus filias cinematográficas, a veces de vocación inconfesable, pero en esta ocasión he de confesarlo porque es el momento: me gusta el cine de género navideño; no es sinónimo de que me guste la Navidad o, al menos la que hemos montado entre todos a base de chequera (sería más contemporáneo decir tarjeta) y consumismo. 

Llevo tiempo sospechando que me gusta este tipo de cine porque, quizá, encuentre en él otro tipo de Navidad, en el que el verdadero héroe (quítenle al cine de Hollywood el héroe y se queda en nada) no es el triunfador de Wall Strett ni el chico guapo y deportista del instituto, sino el que reivindica el espíritu navideño y lo va contagiando a los demás, a pesar de las dificultades, de la poca predisposición de los demás, del cenizo que no hace más que susurrarte al oído que para qué tanto esfuerzo, si al final todo va a salir mal; pese a la incomprensión de todo el universo. Sí, ese es el verdadero héroe de este tipo de cine, aseveración que confirmaría el mismísimo Christopher Vogler. Y es que hasta ahora lo hemos tenido fácil: llegaba la víspera de la Navidad, luego esta, y bastaba con salir a ver las luces de la ciudad, comprar, comer en un restaurante, adquirir un par de regalos para los más queridos, consumir en definitiva, y ya está. Claro, nadie se esperaba que un virus que comenzó a dar topetazos allá por marzo haya decidido quedarse el resto del año. No, nadie lo esperaba. Y como lo que no se espera está exento de planificación, nada hemos planificado. Por tanto, no queda otra que convertirnos en héroes, tanto quienes consumismo como quienes proveen para que lo hagamos. Todos tenemos que ser héroes. Como en esas películas navideñas, donde el protagonista, de la nada, sin planificarlo, sin pensar en ello ni tan siquiera, decide emprender un viaje (o las circunstancias hacen que lo emprenda) y le da un giro copernicano a su vida, dejando atrás todo aquello de lo que le parecía imposible prescindir: un buen trabajo, un sueldo con muchos ceros, un gran apartamento, un gran coche, varios viajes exóticos al año, una vida social rica de fiesta en fiesta… para acabar sus días de nuevo en la casa de sus padres, en aquel recóndito pueblecillo casi siempre nevado de donde salió por piernas porque aquello no era vida ni futuro para una persona tan joven y con hambre de mundo.

Pero vuelve al lugar que un día abandonó, precisamente, porque las circunstancias han cambiado o ha cambiado él y lo que le parecía cutre y poca cosa, ahora se convierte en lo más importante de todo; y lo que le parecía muy importante y sofisticado, ahora se convierte en algo liliputiense y exento de interés. Porque quizá sea tiempo de introspección, de disfrutar de un buen paseo al aire libre, de alejarse de grandes multitudes, de no hacer cola en la paquetería; tiempo de volver a lo ancestral, a aquella época en la que bastaba con un polvorón y una copa de anís junto a una chimenea cuyo rumor crepitante de los maderos quemados era la mejor canción. Tal vez, un momento para resetear, y como aquel héroe de la Navidad regresar de nuevo a aquello de lo que huimos, sin sospechar que huíamos de nosotros mismos.  



08 noviembre 2020

ARTÍCULO PUBLICADO EN DIARIO IDEAL DE GRANADA: NADA NOS PERTENECE (6/11/2020)

NADA NOS PERTENECE


                                                                                                        Por José Antonio Flores Vera



En momentos como los que ahora vivimos, las cosas más cotidianas y espontáneas se convierten en raras y complicadas. Comprar una barra de pan, comprar un diario o tomarse una cerveza en un bar, actos simples que ya formaban parte de nuestra idiosincrasia, casi de nuestros genes, son ahora asuntos más complicados. Acostumbrados como estábamos a creer que éramos dueños de nuestro destino o, al menos, de esos pequeños gestos cotidianos inherentes a nuestra libertad personal, no habíamos caído en la cuenta de que nada de eso nos pertenece, que todo es una especie de otorgamiento graciable de uso y disfrute y que nosotros no somos más que los usufructuarios con un derecho a goce, pero nada más. Un derecho a goce que puede ser arrebatado en el momento en el que el verdadero propietario disponga de la propiedad o bien ésta sea destruida o, sencillamente, desaparezca.

Todo de lo que no se es propietario nos puede ser arrebatado, pero incluso de lo que se es propietario. Tan solo variará la intensidad o las circunstancias. Es entonces cuando comprendemos que, en realidad, vivimos en una burbuja siempre presta a estallar, que todo pende de un hilo. Son necesarios tiempos difíciles para poder comprenderlo, porque se necesita la perspectiva suficiente. Y no ignorar que las burbujas siempre acaban estallando, esa es su verdadera vocación.

Por ejemplo, escuchaba decir a alguien hace unos días que no era posible que nos usurparan la Navidad. Me sorprendió escuchar eso porque tamaña aseveración solo puede llevar a equívocos. Podría interpretarse como que no era posible que nos prohibieran consumir y celebrar comidas navideñas, que es lo que entiende la mayoría por Navidad, pero eso no es más que una entelequia. Nada de eso es, en sí, un derecho propio, ni mucho menos personal. Nada es permanente ni estable. Y la prueba está en lo que está ocurriendo en el mundo desde marzo. Lo que habíamos entendido hasta el momento como derechos propios o personales no son más que ficciones, simulaciones de una supuesta realidad, que es posible que no exista más que en nuestra imaginación. Poder acudir a un concierto, a un restaurante, a un evento deportivo, celebrar la Navidad, la Semana Santa, poder viajar, pasar un día de playa o, sencillamente, poder pasear sin estar pendientes de límites municipales u otras limitaciones legales, no es más estable que un castillo de naipes, cosas que hacemos habitualmente porque unas reglas lo han permitido, pero que queda supeditado a otras más severas y trascendentes, que es lo que tiene vivir en sociedad. 

Porque es posible que de todo lo sorprendente y novedoso que nos está ofreciendo esta pandemia la revelación de que nada nos pertenece, en realidad, sea lo más inquietante. 


25 agosto 2020

LOS ANIMALES, ASIGNATURA PENDIENTE (DIARIO IDEAL, 24 DE AGOSTO DE 2020)

 



No queda otro consuelo que considerar al perro vagabundo Timple como una especie de mártir que expíe la culpa de esta sociedad que abomina hasta de sus animales más cercanos. No creo que sea necesario recordar aquí cómo ha sido asesinado en Lanzarote este animal, que no es más que un triste titular anticipatorio de lo que ocurre con frecuencia en nuestro país con otros seres de su especie o de especies distintas, porque si vamos a hablar de derechos de los animales no podemos –ni debemos– excluir a ninguno, doméstico o salvaje. Y para hablar de derechos debemos de hablar de leyes, las cuales van entrando en el Código Penal español a través de un embudo estrechísimo, hasta el punto, las más de las veces, que se interrumpe el débil goteo y eso permite que dos individuos no solo hayan sacrificado sin motivo a este inocente animal, sino que lo hayan hecho, además, con premeditación, alevosía y usando una saña pocas veces vista, con grabación de imágenes incluida. Un martirio intolerable que tan solo podría servir para lo que decía más arriba: considerar a este perro vagabundo como una especie de mártir que al fin provoque un severo repaso legal de índole penal y un verdadero rechazo de la sociedad en general a este tipo de actos e individuos, que bien podríamos llamar monstruos sin temor a equivocarnos. El Código Penal español introduce el tipo penal en cuanto al maltrato de animales domésticos y amansados en el artículo 337, estableciendo un tipo básico y un tipo agravado. En mi opinión, la pena para ambos tipos, sobre todo para el agravado, es insuficiente. El agravado (artículo 337.3) prevé una pena de seis a dieciocho meses de prisión e inhabilitación especial de dos a cuatro años, pero hay que considerar que con esos periodos de pena tan mínimos, difícilmente, un maltratador va a ingresar en prisión, a no ser que se trate de un delincuente reincidente. Cuando se trata de maltrato a otros seres más débiles el legislador no puede ir tan atrás con respecto a lo que ocurre en la sociedad.

No puedo afirmar que, comparativamente, España sea un país especialmente violento con sus animales, pero sí que es uno de los pocos que disfruta torturándolos ya sea en una plaza redonda o en esas fiestas dantescas y medievales aderezadas con buenas dosis de ignorancia y de alcohol.  También puedo afirmar que, en general, y no solo en España, nos comportamos de manera violenta con las demás especies, siempre más indefensas y vulnerables. Y lo hacemos desde el plato. No recuerdo si fue Ghandi quien dijo que la violencia contra los animales comenzaba en el tenedor, porque también es violencia legalizada y consentida todo ese crimen diario sordo e invisible infligida a los millones de seres vivos que pasan por los mataderos industriales para calmar nuestros apetitos, que no es más que un eufemismo. Creo que fue el Nobel de Literatura Coetzee quien aludía a la necesidad de mataderos de cristal, que haría visible los horrores que dentro ocurren para comprender por qué algo troceado que se vende en los supermercados y carnicerías no es más que la parte de un todo que un día tuvo vida y si hay vida hay felicidad, tristeza y miedo.

Desde hace miles de años el ser humano decidió que el animal no estaba ahí para otra cosa que para ser utilizado en cualquiera de las manifestaciones que le fuera posible aprovechar. Lo ha utilizado para trabajar, para vestirse, para divertirse, para comer, para desplazarse...Sin embargo, pocas veces le atribuyó un rol distinto a ésos. Apenas ha cambiado nada desde entonces; es más, en ciertos sectores la violencia se ha incrementado. Consiguió, en parte, cambiar esos roles el perro, pero aún en nuestros días este fiel animal sigue siendo utilizado para todos esos quehaceres que enumero, sin excluirse el de alimentar, algo común en algunos países asiáticos, si bien esa cercanía no ha evitado que el resto de los animales sigan adscritos a esos roles nada agradables que se le asignaron, porque el ser humano suele tener mucha capacidad para dejar de ver lo que es evidente. Y la evidencia actual no es otra que la humanidad aún sigue ejerciendo la violencia contra los animales, algo mitigada por las leyes y actitudes individuales personales de, todavía, pocas personas que han podido ver la realidad que está más allá de la presencia del animal entre nosotros.

Soy de la opinión que una sociedad evoluciona en la medida que va dejando atrás fórmulas anacrónicas y tradiciones arcaicas y violentas, y sobre todo protegiendo a sus seres más débiles, más susceptibles de ser aniquilados por el propio hombre, pero siempre será un fracaso de la sociedad que asesinatos como el que ha sufrido Timple sigan ocurriendo. Una sociedad que suele mirar hacia otro lado o sencillamente no mirar ante el sufrimiento del animal, que se autoengaña pensando que su paso por esos campos de concentración modernos que son los mataderos industriales es un tránsito sin sufrimiento ni tortura o que ha nacido para morir en una plaza, o cualquier otro espectáculo público, o para ser herramienta de carga o para utilizar su piel para vestirnos, en definitiva, para aprovechar todo lo que sea posible de él, porque para todo eso ha nacido. Pensar así es negar la vida, negar a un ser vivo, que en absoluto ha nacido para nada de eso. Pensar así –insisto– es un rotundo fracaso de la sociedad. Y este fracaso es de todos, de quienes no quieren mirar y conocer la realidad, y de quienes no quieren educar y legislar.         


23 septiembre 2018

PERCEPCIÓN DEL FRACASO

Con ocasión de una reflexión en mi muro de Facebook de Antoine de Flové sobre el fracaso, consideré que es un asunto que da para un buen puñado de palabras, qué digo puñado, una novela río si hiciera falta, porque ¿qué no ha movido al mundo con más dinamismo que el fracaso? O al menos la percepción de él.
Pero, ¿qué es el fracaso? Me pregunto. De Flové dice que debe ser tu amigo, como la muerte. O sea, si es posible, el amigo con el que te vas de cañas y con el que te ríes de cualquier musaraña que pasa cerca, que es lo que hacen los buenos amigos cuando no tienen nada serio de qué hablar. Dicho así no suena tan terrible, pero puede serlo. No obstante, con el tiempo he llegado a considerar muy seriamente que el fracaso no existe sino la idea o percepción que tengamos de él, porque ¿qué es en realidad fracasar? No, no es fácil definir el concepto. 
Es posible que existan tantos conceptos de fracaso como de personas en el mundo. Para una persona que desee atesorar una fortuna antes de morir, fracasar será no atesorarla sino tener tan solo  lo suficiente para vivir, pero para una persona que desee tener lo suficiente para vivir, el fracaso se le representará como no tener lo suficiente. Más ejemplos: 
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Para un maratoniano de élite, fracasar será no correr la final olímpica de la especialidad, mientras que para un corredor aficionado, fracasar será no haber corrido jamás un maratón popular. Podríamos escribir aquí sobre millones de ejemplos, pero no creo que sea necesario. Sin embargo, este tipo de fracaso o percepción del mismo es más del tipo exterior, es decir, de algo que queramos conseguir de puertas afuera. Pero hay otro fracaso interior, el que puede llegar a sentir cualquier persona que considere que no ha hecho con su vida lo que deseaba hacer, sin necesidad de atesorar una fortuna o correr un maratón. Ese tipo de fracaso, al ser más interior, es mucho más difícil de captar, sobre todo porque se vive en el fuero interno, si bien podría proyectarse hacia el exterior fácilmente. Y ahí entra otro elemento fundamental: la percepción que tengamos de las cosas, incluso, la percepción que tengamos del fracaso mismo. Triunfar o no hacerlo en lo que sea que se emprenda puede considerarse fracaso o no, todo depende del nivel de autoexigencia que tengamos y de la idea que tengamos del triunfo en sí. 
Dicho todo esto, lo fundamental es cómo interpretemos esa percepción. Una percepción integral de algo, con toda seguridad, nos llevará a sentirnos fracasados. Me explico. Una persona que desee que su libro, su coche, su forma de ser, su físico o lo que sea, guste a todo el mundo, con toda seguridad se sentirá fracasada o parcialmente fracasada si alguien manifiesta que no le gusta; por contra, alguien que considere que es imposible que sus cosas gusten a todo el mundo, jamás se sentirá fracasada, sencillamente, interpretará como es debido, sin que una opinión o varias le hagan sentir fracasado. Si lo pensamos bien, en esta última frase está la clave de todo: en la percepción de las cosas que puedan considerarse fracaso o no. De hecho, yo no me sentiré fracasado si esta entrada no gusta a todo el mundo, diré, tan solo, que a alguien no le ha gustado. Tampoco consideraré que sea un éxito si le ha gustado a alguien. Ahí debe radicar el equilibro. Creo yo.      

10 abril 2018

¿Y TENIENDO YO MÁS VIDA, TENGO MENOS LIBERTAD?

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¿Y teniendo yo más vida, tengo menos libertad?, se pregunta Segismundo en soliloquio de La vida es sueño de Calderón. Me vino esta frase a la cabeza porque, a pesar de estar escrita en 1636 parece repetirse en nuestras democracias occidentales. Esa 'más vida', debería ser la pauta, el elemento clave de nuestra libertad, pero todo parece conspirar para que tengamos menos libertad. 
La supuesta libertad de nuestras modernas democracias parece serla en esencia y cualquier observador la podría atisbar sin apenas esfuerzo -sobre todo si se tratara de un observador que ha vivido alguna dictadura-, sin embargo es una libertad bastante acartonada, como ese atrezzo invisible en el que vivía Truman en aquella inolvidable película, en la que todo el mundo actuaba, menos él. En esta ocasión, todos podríamos ser ese Truman, ese individuo que cree vivir en una libertad infinita, pero un día comprueba que un foco cae de algún lugar del cielo y que la lluvia no es uniforme.
Cada vez más se aprecia en nuestras vidas el control que se ejerce sobre los ciudadanos. En ocasiones, basándose en la seguridad o bien ejerciendo una presión fiscal brutal e injustificada. O bien, dejando al individuo sin amparo alguno, en una organización social que ya no se basa apenas en el reducto de la familia en el sentido que le dio Roma y otras civilizaciones a través de la denominada gens. Hoy día, el individuo queda solo, apartado en un rincón y el Estado tan solo estará interesado en guardar las formas, las apariencias y, en ocasiones, ni siquiera en eso. 
Desde el modelo, cada vez más en desuso, del Estado de Bienestar europeo hasta las economías liberales practicadas por cada vez más países y que tienen el espejo en Estados Unidos, el individuo ya apenas cuenta. Vivíamos en ese reducto de nuestras sociedades acomodadas, olvidando que tarde o temprano otras personas más desfavorecidas se asomarían al jardín de nuestra casa y, al poco, acabarían aporreando nuestra puerta. Se ha vivido de una manera estanca sin considerar que todo eso ocurriría, de manera que ante la avalancha globalizadora de un mundo superpoblado el individuo ha pasado de ser alguien a ser tan solo un número perdido en el universo y, a veces, ni tan siquiera eso. 
Por su parte, los Estados han seguido yendo a lo suyo, que no es otra cosa que ponerse al servicio de las grandes corporaciones, las verdaderas dueñas de todo, y dando la espalda cada vez más al individuo del que le interesa tan solo sus posibilidades estadísticas, demográficas y fiscales. Pocas veces se ha visto como ahora la soez distinción entre élites y pueblo, entre pueblo y chusma, entre chusma y escoria, todos viviendo bajo un mismo techo en una sociedad cada vez más caótica e insegura, en la que las Redes Sociales e Internet interpretan el mundo a su manera, pareciéndose cada vez menos al real. Un mundo virtual plagado de falsificación, noticias falsas y fakes en el que se fabrican y destruyen líderes con un solo movimiento de un mando a distancia o un ratón de ordenador. Si el avance de la civilización era esto, en algo hemos debido equivocarnos

06 octubre 2017

ESTADO, NACIONALISMO Y “MARCA ESPAÑA”

ESTADO, NACIONALISMO Y “MARCA ESPAÑA”


                                                                                        

Resultado de imagen de MARCA ESPAÑAA actor Dani Rovira le ha caído encima toda la rabia carpetovetónica de este desigual país por decir que “pertenecer a un país donde se celebra la tauromaquia da vergüenza”, opinión que, desde luego, comparto. Ni siquiera ha comentado que le avergüenza ser español, sino uno de los múltiples aspectos de este país, tan lleno de contrastes. No lo sé, probablemente se deba a todo ese sentimiento españolista que se está dando como reacción a la pretendida independencia de Cataluña, pero lo cierto es que se aprecia —sobre todo en las redes sociales y en determinados tertulianos— un ambiente reaccionario, casi como queriendo volver a lo que fue este país antes de los Tercios de Flandes. Es decir, todo lo que suene a antiespañol, sin que necesariamente lo sea, provoca una profunda ira en un determinado sector de la población, que entiende que este tipo de opiniones atentan contra el Estado, confundido la parte con el todo. Sin embargo, no es conveniente confundir una opinión con la afrenta a un sentimiento concreto y mucho menos a una construcción teórica o doctrinal. La definición de lo que significa un estado no es nada fácil, mucho menos lo que significa nacionalismo. Para ejemplo, las dificultades que encuentra la propia Real Academia Española (RAE) cuando intenta concretar el concepto estado. De hecho, hace uso nada menos que de cuatro acepciones. En la quinta establece: “País soberano, reconocido como tal en el orden internacional, asentado en un territorio determinado y dotado de órganos de gobierno propios.” Incluso admite en su octava acepción que: “En ciertos países organizados como federación, cada uno de los territorios autónomos que la componen”.  Y no menos dificultades encuentra cuando intenta enunciar el concepto nacionalismo, a pesar de que para este término tan solo utilice dos acepciones. En la primera concreta que es un “Sentimiento fervoroso de pertenencia a una nación y de identificación con su realidad y con su historia”. Por su parte en la segunda concluye que se trata de una “Ideología de un pueblo que, afirmando su naturaleza de nación, aspira a constituirse como Estado”.  Como vemos, tan solo dos acepciones, pero harto complejas, mucho más si las ponemos en relación con las dadas para el concepto estado. Es decir, que estamos ante asuntos muy complejos, usados con demasiada frivolidad y ligereza en la mayoría de los casos. Una frivolidad y ligereza que conducen a la incomprensión y animadversión hacia comentarios como los del actor malagueño. Porque si hablamos de estado y nacionalismo, nos estamos refiriendo a construcciones teóricas, a contenidos políticos y jurídicos, los cuales están sujetos a crítica y susceptibles de ser opinados. Decir que a uno le avergüenza de su país una u otra cosa no es más que mostrar una opinión legítima, ya se trate de la tauromaquia o de la corrupción, y nada tendrá que ver eso con un sentimiento de querencia hacia el país en el que se nace o se reside, del cual se valorarán otras virtudes y cosas. Y, por supuesto, mucho menos tendrá que ver con sentirse más o menos español. Pero ocurre que existen determinados conceptos que van muy unidos a la, digamos, “Marca España”, y uno de ellos es la tauromaquia, algo que a estas alturas nadie debería de considerar serio. España es un país muy diverso y dinámico, en el que tienen cabida múltiples manifestaciones y sentimientos, sin que sea acertado adscribir nada en concreto a su pretendida “marca”, que no es más que una construcción política (e, incluso, comercial) interesada, en mi opinión. Porque si fuera válida la tauromaquia como “marca” de España, también deberíamos de admitir la corrupción, por poner tan solo un ejemplo. 
            En ese sentido hay un caso que siempre me llama la atención, como es la vinculación entre el flamenco y tauromaquia, que no es más que otra conexión un tanto maltrecha e interesada, hasta que un buen día aparecen flamencos y cantaores jóvenes como el conocido como “El niño de Elche”, que es un enorme cantaor en opinión de los críticos, con premios en su haber, y al mismo tiempo es totalmente contrario a la tauromaquia y al maltrato animal. Por tanto, cuando nos referimos a arquetipos todo debe de estar en entredicho, concepto que, volviendo de nuevo a la RAE, necesita de cinco acepciones, cada cual más compleja y difícil de interpretar.      


26 agosto 2017

IDEAL: DE QUÉ HABLA MURAKAMI CUANDO HABLA DE ESCRIBIR (24/8/2017)

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No hace mucho llegó a las librerías un nuevo libro del escritor japonés Haruki Murakami. Sin embargo, no se trata de una novela, género al que nos tiene acostumbrados este original autor, cuestionado por el establishment literario, sobre todo, de su país. Su título vuelve a ser una frase, algo que es muy común en este escritor. “De qué hablo cuando hablo de escribir”, técnica titulada similar a la usada hace varios años para el libro “De qué hablo cuando hablo de correr”, en el que exponía cómo entendía su relación con el correr, actividad que no la ve tan lejana de la literatura porque, en verdad, son actividades que comparten más rasgos de los que, a priori, pudiera parecer. De hecho, en este último ensayo —una especie de memorias sobre su trayectoria como escritor y el proceso creativo— vuelve a relacionar ambas cosas en diversas ocasiones, hasta el punto de afirmar que necesita sentirse fuerte físicamente para encarar la ardua tarea de enfrentarse a una novela larga, que suele ser el género en el que se encuentra más a gusto nuestro autor. Y por eso, entre otros motivos, corre casi a diario (en eso yo no le podría discutir ni un ápice).
            Debe ser que la madurez del escritor —sumada a la independencia que otorga el éxito de millones de lectores en todo el mundo— provoca en el mismo una especie de virus de sinceridad, pero el caso es que su texto está repleto de afirmaciones crudas relacionadas con la persona y el creador, así como con la literatura, el sector editorial y la crítica, sobre todo en el ámbito de Japón, país donde —según sus propias palabras— no ha sido, en general, bien tratado. Calificado desde casi sus orígenes como escritor demasiado occidentalizado, nunca se vio con buenos ojos en el país del sol naciente que no haya sido demasiado empático con el mundillo literario japonés y sí con el de otros países occidentales.  Sin embargo, según se deduce de este ensayo, todo indica que se debe más al carácter individualista del escritor que a un rechazo sistemático en sí, como él mismo viene a repetir en varias ocasiones, sobre todo en un país como Japón en el que el sentimiento colectivo es mucho más acusado que en los países occidentales, razón por la que Murakami, al parecer, siempre se ha sentido más a gusto en éstos que en su propio país.
            Particularmente interesante es la descripción que hace de su proceso creativo, de la forma en que afronta la escritura de una nueva novela larga y la peculiar forma de crear personajes, para lo cual “extraigo de manera inconsciente fragmentos de información archivada en distintos compartimentos de mi cerebro y después los combino”, denominándole a esas acciones “otoma-kobito, es decir, algo así como “enanitos automáticos”.  De ahí que entienda que el escritor deba ser un observador atento de la realidad que lo rodea, porque es de esa observación de donde podrá sacar el material necesario para contar una historia o varias historias paralelas, como suele ser habitual en este escritor. No sabemos si es falsa humildad —pienso que no— o, tal vez, el desapego propio de un escritor consagrado que ya no ha de demostrar nada, pero lo cierto es que se considera un escritor con un mínimo talento inicial que forja una obra a base de perseverancia y soledad, además, de un cierto empecinamiento, que es propio de su carácter, como él mismo reconoce. Es en ese proceso cuando necesita sentirse fuerte físicamente y por lo que necesita una hora de ejercicio diario que, en su caso, suele ser correr, alejándose —reconoce él mismo también— de la imagen que se tiene en el subconsciente colectivo del escritor maldito, acodado en un antro de perdición, rodeado de humo y alcohol, que necesita trasnochar cada noche para poder escribir. Su caso, es todo lo contrario: él necesita acostarse pronto y madrugar para poder hacerlo.

            En otro capítulo, como si de un ajuste de cuentas con el mundo editorial y de la crítica de su país se tratara, Haruki Murakami nos revela su salida editorial al extranjero, sobre todo a Estados Unidos y Europa, lugares en los que, quizá, exentos de esa crítica fratricida llevada a cabo en su propio país, el autor es tratado con bastante más magnanimidad por parte de la crítica, a pesar de las dificultades de abrirse camino como escritor japonés en occidente; un escritor entre dos mundos muy distintos en cuanto a la concepción de la literatura. En todo caso, Murakami ha contado con el don preciado que anhela todo escritor: la fidelidad de sus lectores, ese muro infranqueable que ni el sector editorial ni el propio establishment podrán superar con independencia de épocas y lugares.      

                                                                                                           
                                                                                                   Por José Antonio Flores Vera 

UN NUEVO PROYECTO ARRIESGADO

  Tras acabar mis dos últimas novelas, Donde los hombres íntegros y Mi lugar en estos mundos , procesos ambos que me han llevado años, si en...