08 junio 2017

ROMA, LA CIUDAD ETERNA (IV)

La Guardia Suiza del Papa es
como una especia de "Star System"
de la Ciudad del Vaticano. 
    Es cierto que el turismo vulgariza las ciudades. En mayor medida, las más bellas. Sin embargo, no tuve esa sensación en la Ciudad Eterna. O al menos, no como en otros sitios. Pareciera que el inmenso turismo -descomunal, ya dije- se moviera a través de las muchas bellezas artísticas de la ciudad a través de una invisible pared que lo separada de éstas. A pesar de que visitar lugares como la Ciudad del Vaticano se convirtiera en algo casi cómico, dada la ingente cantidad de grupos turísticos con visita guiada, en su mayoría, que confluyen en los mismos espacios. Visitar los Museos del Vaticano era similar a visitar El Corte Inglés el primer día de rebajas: las miríadas de gentío te arrastran como si se tratara de una marea humana babélica y corrías el riesgo dramático de perder a tu guía. Ese hecho, se convierte en tragicómico en la Capilla Sixtina, en la que, unido a la multitud de gente, cada minuto una voz crepuscular surgida de un micrófono exigía no hacer fotos. Casi esperpéntico, la verdad.
     Pero ese gentío es mucho menos apreciable en los lugares abiertos. Por ejemplo, el foro -o foros, depende como lo interpretemos-; pero para eso hará falta algo de imaginación, y que pudiera pasar por el mismo ajetreo que debió de tener la Roma Republicana e Imperial un día cualquiera, toda vez que era el centro administrativo, social, político y comercial de la ciudad, que pudo tener, en su mayor momento de apogeo, un millón de habitantes, una auténtica barbaridad para cómo eran las ciudades hace dos mil años. Por su parte, el inmenso volumen del Anfiteatro de Flavio (Coliseo), que se trata, tal vez, del monumento más visitado del mundo, podría igualmente pasar por ser una de esas jornadas de "Panem et Cirquense", tan propio de la Roma, tanto republicana como Imperial. Ver estos enormes restos arqueológicos de otra manera sería contraproducente dado el gentío existente. Gentío que a este viajero no llegó a agobiar demasiado en estos dos lugares (gracias a esa pizca de imaginación), pero sí en otros lugares como el referido Vaticano, ya digo. Pero no en muchos más, si excluimos el volumen de gente en sitios como la Plaza de Trevi, minúscula para soportar tanto público.   
     Porque hay que decirlo desde ya: el Vaticano podrá ser muchas cosas (eso dependerá de la visión de cada persona), pero sobre todo es un negocio terrenal muy próspero, montado con el material y los elementos de lo espiritual. No otra cosa le inspiró a este viajero el centro universal de la fé cristiana. No experimentó ninguna mutación espiritual ni se sintió especial dichoso por pisar el sagrado lugar donde la tradición sitúa el asesinato, por parte del ejército de Roma y, tumba del primer Papa, el Apóstol con mayor ascendencia sobre Jesús de Nazareth, Pedro. Y es que el Vaticano, al margen de su representación espiritual es un Estado o un Barrio-Estado (nueva acuñación, oigan) dentro de las mismísima Roma, algo muy apreciable en la distinta configuración y limpieza de sus calles y plazas con respecto a Roma. Un Estado con su propia organización, como cualquier Estado. Si los principios básicos del Derecho Internacional Público establecen que para que un país pudiera considerarse Estado ha de contar con estos tres elementos: territorio, organización y población, el Vaticano los cumple, a pesar de que lo haga en dosis minúsculas. Cuenta con su organización política, su policía, su cuerpo funcionarial y hasta su Jefe del Estado, que es el mismísimo Papa. Y unido a ello, goza de una excelente financiación. Por tanto, no hay motivos para pensar que no sea uno de los Estados más prósperos del mundo que, incluso, cuenta con su propia banca. Sí, todo bastante grandioso, dentro de su pequeñez, si bien fue lo que menos interesó a este viajero, al margen del valor artístico de sus esculturas, pinturas, legajos y libros y monumentos. Roma deparaba muchas más sorpresas. (CONTINUA EN ROMA, LA CIUDAD ETERNA (V)      

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