Las nuevas tendencias, las más de las
veces, no son más que refritos de algo que siempre ha existido. Por ejemplo, el
‘nesting’, tendencia a la que se refería el otro día la versión digital de este
periódico consistente en las virtudes que supone para la mente y el cuerpo
quedarse en casa el fin de semana. Muchos ya lo sabíamos, pero no está nada mal
que lo sepan también todos aquellos que ven en el fin de semana la excusa
perfecta para huir del hogar, algo que es también loable si lo que se va a
encontrar fuera de él es mejor y más placentero, pero no tanto si resulta al
contrario. Ocurre que la mayoría de nuestras actividades que nos ofrecen paz
interior y cultivan el espíritu y la mente se producen dentro del hogar. Por
ejemplo, la lectura o ver una película clásica. Nada como las cuatro paredes
del hogar propio y el rincón preferido para hincar las fauces hambrientas de
letras a un libro o volver a emocionarse con ese siempre nos quedará París. Precisamente, leía esta noticia del
‘nesting’ mientras me encontraba en mi biblioteca rememorando los títulos
leídos y no leídos, acusándome cada minuto de no haber leído tal o cual libro.
Mientras tanto, advertía el contraste que me producía ver a través de la
ventana una terraza de un bar repleta de gente, ajena a los placeres del hogar
y de nada que tuviera que ver con el recogimiento. Parecían a gusto entre el
ruido de los coches y los niños de un parque anexo y me dije que con ellos no
iba esa nueva tendencia. Pero, claro, es cuestión de gustos. O de intereses.
El ocio, las formas de vida de las ciudades modernas, el
turismo y los espectáculos y la más que aceptable economía de la gran mayoría
—a pesar de que las estadísticas y encuestas digan lo contrario—, las están
haciendo casi inhabitables. Se están convirtiendo en parques temáticos con
visitas masivas y proliferación de establecimientos hosteleros, lo cual hace
casi imposible el disfrute de ellas, sobre todo para sus habitantes. Y es
precisamente en los fines de semana y festivos cuando más se da esa masificación,
que no suele mirarse con malos ojos por casi nadie, al contrario, es celebrada
por políticos y empresarios del sector y hay bastante unanimidad por parte de
vecinos en que es positivo que su ciudad esté masificada. La economía, la
maldita economía. No obstante, me pregunto —y no quiero ser la voz de la
discordia en absoluto—, si no habría que diseñar todo esto de otra manera y
adoptar medidas que eviten esa pérdida de calidad de vida de algunas de las
ciudades más mediáticas, por mor de esa proliferación de personas buscando
emociones turísticas. Sin ir más lejos, hace unos días, también en este
periódico, se anunciaba la retirada de mesas y sillas de distintas calles y
plazas céntricas granadinas por parte del ayuntamiento ante la proliferación de
terrazas de bares y restaurantes (pero no olvidemos los barrios, donde las
terrazas también campan a sus anchas). Terrazas que invaden, taponan o roban el
espacio público de los viandantes y crean diversos problemas que van más allá
del espacio, como son la higiene y el ruido que imposibilita el descanso de los
vecinos. Toda esta masificación, casi siempre derivada del boom mediático de
algunas ciudades, como es el caso de Granada, necesita de nuevas medidas, toda
vez que no es posible una autorregulación de corte ultraliberal. De ahí que
movimientos como el “nesting” pudieran ser, si no una solución, sí una buena
arma para paliar en parte esa masiva presencia en las calles en fines de semana
o fiestas de guardar (o no).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Sin tu comentario, todo esto tiene mucho menos sentido. Es cómo escribir en el desierto.