24 agosto 2014

EN OCASIONES VEO RUTAS

Acostumbro a reencontrarme con caminos y veredas por las que habitualmente corro. Las hago en coche, en moto, en bici e, incluso, cuando no he podido correr, andando. Las observo desde otra óptica distinta pero las reconozco. Es un juego emocionante comprobar que por ahí has pasado un día antes o hace una semana. En lugares recónditos y de poco tránsito he podido reconocer mis pisadas y eso añade más emoción a la cosa.
En ocasiones, las recorro de forma intencionada para comprobar desde otro punto de vista la inclinación, la distancia u otros factores, pero en otras me he topado con ellas de forma casi involuntaria y al verlas de pronto me ha costado reconocerlas. 
Cuando observo esas rutas, que bien pueden ser carreteras locales o comarcales, caminos agrarios, veredas o, incluso, caminos entre olivos, siempre las percibo mucho más duras que cuando corro por ellas. Seguramente se deba a la perspectiva con las que las observo. Cuando penetras en ellas corriendo no tienes esa perspectiva que sí te ofrece verlas a bordo de algún vehículo. Sencillamente cuando corres te adentras en esas rutas sin pensar demasiado en la dificultad. A mí me vale percibirlas de manera fragmentada; es decir, jamás me obsesiono por la distancia de una ruta, todo lo más -como no podría ser de otra forma- planifico el entrenamiento y sé la distancia y la dificultad que voy a recorrer, pero no acostumbro a introducir pensamientos negativos en mi mente del tipo: es demasiada distancia, no voy a poder hacerla entera, me voy a cansar demasiado, me va a coger el calor -o la lluvia o el frío- en la ruta...nada de eso me planteo, sencillamente doy el primer paso y ya está. 
También hay que decir que uno ya tiene sus tablas y sabe perfectamente el rendimiento que va a dar; sabe que ya ha hecho esas rutas o similares y que las ha acabado bien. Además, hay que decir que siempre hay que tener un gramo en el bolsillo de atrevimiento, osadía y de cierta locura. Si no fuera así, no seríamos esforzados corredores.

De eso se trataba cuando el domingo a mediodía cogía la moto y me sumergía por carreteras locales para atisbar la parte final -que no conocía, como no conozco nada de la ruta- de la dura prueba que espero correr el próximo sábado. Una de las escasas partes por las que puede penetrar un vehículo de motor. Entré por el pequeño pueblo de Olivares y llegué hasta este bonito e histórico pueblo de la comarca de Los Montes Orientales (Granada), cuya dirección de su castillo árabe se puede leer en las señales informativas,  localidad  en la que comenzará y acabará la ruta de treinta kilómetros: 

(Foto de J.A. Flores) 

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