15 julio 2014

EL CALOR: TU AMIGO, TU ENEMIGO

Por mucho que lo intente, no puedo evitar envolverme en el calor de los caminos y correr bajo el encendido astro de fuego en estos meses. Es algo que sin saber por qué me aporta energía al tiempo que sensaciones épicas.
Cuando el pasado sábado, a bastante más de treinta grados y rebasadas las once de la mañana, ese lagarto de proporciones generosas se me atravesaba en el soleado camino de la Vega, me dije: sin duda hace mucha calor. El reptil se encontraba plácidamente detenido -con esa inquietante inmovilidad que características a estos bichos- tomando su merecido baño de sol tras un invierno para olvidar y yo hube de frenarme un poco hasta que él se percatara que estaba sobrando allí en medio de la nada. En cuestión de segundos desapareció y yo pude seguir mi ruta sin más. También me ha pasado con pequeñas serpientes de agua y jamás hemos tenido conflicto alguno. Pero he de reconocer que a esas infaustas horas de color, su derecho de presencia es mayor que el mío, pero no puedo evitar invadirlo.
Aunque no suelo hacerlo durante mucho tiempo porque no es prudente. No obstante, hay temporadas que suelo entrenar con fuerte calor de manera consciente si de lo que se trata es de aclimatarme para alguna prueba que así lo exija. Eso ocurrió hace unos años cuando hice la subida al Veleta y ocurrió el año pasado cuando decidí inscribirme en el trail de Fonelas, que se celebra a mitad de agosto. Entonces, en esos casos, suelo hacer rutas con fuerte calor y por terrenos agrestes. 

Una ruta habitual de entrenamiento entre olivos

El año pasado -lo conté aquí- semanas antes de correr en Fonelas, hice varias rutas a través de descarnados carriles de olivos a horas en la que la prudencia aconseja estar en casa bajo el aire acondicionado o en una buena piscina a la sombra. Entonces me sumergí por este terreno y percibí que correr por estos lugares y a estas horas es algo especial, pero también peligroso. Principalmente, cuando en uno de esos entrenos, perdido en un mar de olivos, en el que todos los carriles eran idénticos, me perdí y acabé haciendo ocho kilómetros más de los estipulados, es decir, a los dieciséis previstos hube de añadirle ocho más, acabando en pleno agosto a más de la una del mediodía y habiendo agotado el líquido que aportaba en la correa de hidratación.
Pero supongo que eso me hizo fuerte para afrontar esa prueba en Fonelas, en la cual sufrí pero que también disfruté. 
Este año el reto, aunque en condiciones físicas peores, será similar y el próximo fin de semana volveré a esa ruta seca y dura de los olivos. Que las fuerzas me acompañen y, como dice la leyenda ordenó S. Patricio en Irlanda,  los reptiles se aparten de mí.     
   

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