26 noviembre 2013

LA MELANCOLÍA DEL OTOÑO

Esta tarde-noche, mientras paseaba por el centro de Granada, me he acordado de la melancolía portuguesa. Siempre consideré que una buena forma de morir en la nostalgia es pasear por una calle de Lisboa en otoño y a una hora tardía. Nada hay más melancólico que eso. 
Y si, durante tu andar solitario, consigues ver pasar un decrépito tranvía vacío que refleje su luz mortecina de pobre neón en la acera, ya conseguirás tener el plano perfecto para que la melancolía rebase tu piel y se extienda como una hiedra por tu cuerpo hasta que consiga acabar contigo súbitamente. Sin duda, es una buena forma de dejar este mundo. Al menos, es una buena forma poética.
Pero no ocurre de ese modo en el sur de España, aunque el otoño es melancólico en cualquier lugar del mundo. De hecho, las hojas caídas que alfombran las calles y  plazas muestran un tapiz de por sí melancólico y deja una leve sensación de sueños pretéritos. Pero en absoluto es Granada una ciudad melancólica. Todo lo contrario: es una ciudad de luz, la cual rebosa, incluso en las noches oscuras. Pero el frío, los escaparates clausurados, los bares semivacios y los pasos lentos hacen que cualquier ciudad lo sea.
Por eso me ha venido Lisboa al pensamiento. Una ciudad seria y de impronta británica, en la que todo es silencio, tanto como el sordo rumor de sus tranvías y en la que la luz del Tajo es insuficiente para eliminar su melancolía. Es más, una de las pocas ciudades en la que llegó a quebrar  un Macdonal. 
Como lo es Évora, la capital del Alentejo y ciudad más importante de la antigua Lusitania romana y en la que descubrí, no sin estupor de los sentidos, que una primorosa primavera puede ser un triste otoño. 
Pero, insisto, Granada no es así. La luz se quedó para siempre desde que fuera iluminada por esforzadas antorchas de su pasado nazarí. Una ciudad que no necesita un gran río que la ilumine. Basta con el blanco lumínico de la Sierra.
Pero la melancolía es un atributo del otoño y por eso me ha venido Lisboa a la mente esta tarde, mientras paseaba -paseábamos- por una hermosa Granada.

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