27 noviembre 2013

EL DINERO DEL FÚTBOL Y LA SELECCIÓN (IDEAL, 27/11/2013)

He hecho la cuenta por encima y creo que con este ya son cinco los artículos que he publicado en Ideal con relación al fútbol, es decir, protestando y quejándome sobre los privilegios y oscuridad de este opio del pueblo o el reactualizado 'Panem et circenses'. 
Nada tengo contra el fútbol. He jugado muchos años, incluso federado, y me parece un noble deporte, pero no lo que le rodea; no con los privilegios y los oscuros e interesados personajes que lo manejan.
Porque si España está jodida y se está metiendo en cintura a tantos sectores, ¿Por qué el fútbol sigue con esas ínfulas? 
Un artículo que establece un paralelismo con la España rica que fuimos y lo que es ahora, con referencia también a la selección. 
Por si por lo que sea no has podido leerlo en papel, aquí lo reproduzco completo:   



EL DINERO DEL FÚTBOL Y LA SELECCIÓN


          

          Cada día me interesa menos el fútbol, porque la nebulosa que circunda a su alrededor es poco menos que nauseabunda por mor de la excesiva entrega al dinero que, además, cuenta con el beneplácito del gobierno, el cual temeroso de provocar una descomunal protesta e, incluso, una subversión ciudadana, prefiere dejarlo estar y no someterlo a rigores presupuestarios, fiscales o, sencillamente, contables, como sí ha hecho con otros sectores del espectáculo más minoritarios y silentes. Pero eso no es una acción de un gobierno serio. Un gobierno serio tiene que intervenir en el dinero poco claro del fútbol profesional y despejar de una vez por todas las dudas que se generan en torno a este monumental negocio, por lo general, poco transparente.
            Un gobierno serio (¿cuándo tendremos un gobierno serio?) tiene que hacer lo que hacen algunos gobiernos europeos, es decir, imponer que las cuentas de los clubes españoles estén totalmente claras y saneadas para evitar que no tengan esas deudas dantescas a la Hacienda Pública y a la Seguridad Social que tienen la mayoría de los clubes profesionales, mientras que los jugadores cobran cantidades insultantes a la vista del resto de los ciudadanos. Nada tengo que objetar a eso. Si las cuentas fueran transparentes y los clubes se financiaran correctamente a través de lo que pagan el espectador en directo o el televisivo nada objetaría, porque lo mucho que cobren otros no debe ser preocupación de los que no tenemos ese privilegio. Pero todos sabemos que eso no funciona así. Los clubes prefieren hacen fichajes millonarios antes que saldar sus deudas públicas o privadas y un gobierno serio no debería permitirlo.
            Dicho esto, contemplemos el lamentable espectáculo pesetero (esa palabra no debería perderse de nuestro léxico costumbrista, a pesar del euro) que últimamente está montando la selección española y que hace que vaya dejando trozos de su bien ganado prestigio por países sin importancia futbolística. Una selección entregada al becerro del oro gracias a la política que, en mi opinión, dicta el personaje que preside la Federación Española de Fútbol, un tipo que parece estar obsesionado con el dinero y el poder y que  contagia todo eso a directivos, técnicos y jugadores (el dinero es la enfermedad que más rápidamente se contagia). Porque, de qué otra forma se pueda entender que sin sentido, sin lógica y sin ganas, en el momento del año en el que estamos, jugadores ya de por sí riquísimos se planten en países africanos pobrísimos a perder partidos y/o mostrar un lamentable espectáculo. Eso sólo se puede entender si la pretensión no es otra que exprimir al máximo esa máquina de hacer fortuna en que se ha convertido la mejor selección nacional de todos los tiempos. Es algo similar a lo que nos pasaba a los españoles años atrás. Como éramos ricos, no importaba el futuro. Vivir el presente, ganar pasta sin control y gastarla sin mesura era lo importante. Porque el sol no permitía ver los nubarrones que indeleblemente se iban formando en el horizonte.

            Pero se ve que en este país siempre hemos sido así. Es más, estoy convencido que si volviéramos a entrar en la fiebre del ladrillo, volveríamos a repetir el mismo esquema económico que nos ha llevado al desastre. Si perdimos un imperio, lo podemos perder todo. Mucho más el prestigio futbolístico mundial, que no es más que una escaramuza de la ilusión.       

  

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