01 octubre 2013

RELATO: EL VIAJERO SIN MEMORIA

No recuerdo en qué momento olvidé el número de la habitación que me habían asignado esa misma mañana en el hotel de ciudad en el que me alojaría durante cuatro noches. Para colmo, tampoco encontraba la tarjeta digital que seguramente me habían entregado en recepción en ese momento de excitación, confusión y nerviosismo que sufro siempre que llego a algún hotel.  Probablemente se tratara de uno de esos olvidos livianos que acaban creciendo exponencialmente hasta agotar por completo toda energía por intentar recordar. Había pasado una noche sumido en sueños febriles y tenía sensación de haber perdido cierta noción del tiempo. En estos sueños yo era un viajero errante que se encontraba siempre en el hall de algún hotel de ciudades lejanas. Era común que en los últimos meses tuviera ese tipo de sueños.
               Es más, no era la primera vez que había sufrido esa crisis de la memoria, pero en mi propio ámbito domiciliario no suponía ningún tipo de problema porque todo me era familiar y acababa finalmente recordando. Las calles, la silueta de los edificios, los establecimientos comerciales, incluso, los rostros de las personas con las que me cruzaba en la calle me eran totalmente reconocibles y bastaba con hacer un pequeño esfuerzo y asirme a elementos comunes para acabar recordando. Pero en aquella ciudad tan alejada de la mía nada me era familiar ni reconocible. Nada sería igual, por lo que esos olvidos podrían acabar por convertirse en un problema.
               De todas formas, el olvido del número de la habitación no debía suponerle. Cuando haya regresado al hotel, daría mi nombre e, inmediatamente, el atento personal de recepción me daría amablemente una nueva tarjeta digital para acceder a mi habitación. Sería uno de los asuntos más comunes que solían atender a diario. Así que dejé de preocuparme y decidí sumergirme en la ciudad y disfrutar de sus calles, de sus museos, de sus restaurantes y de sus espectáculos. Sin lugar a dudas, era la ciudad española que con más ahínco deseaba visitar y estaba cumpliendo un antiguo sueño. No iba a permitir ahora que un asunto menor me lo estropeara.
               Cuando regresé al hotel inmediatamente indiqué que había extraviado la tarjeta y que no recordaba el número de la habitación. La joven que atendía la recepción, a la que no conocía porque seguramente había entrado en un nuevo turno, me sonrió con condescendencia y me preguntó por mi nombre y apellidos. Me llamo Juan Bermúdez -le dije con seguridad-, e inmediatamente ella comenzó a teclear mi nombre en el ordenador. Su sonrisa inicial se fue desdibujando poco a poco hasta que finalmente me dijo con cierto tono de preocupación que mi nombre no se encontraba registrado en el hotel. Es imposible -le dije- he llegado esta misma mañana. La chica me miró con cierta preocupación que, probablemente fuera debida más a su falta de pericia en encontrar mi nombre que al hecho de no estar yo registrado. Siguió tecleando no se sabe qué en el ordenador, pero al no encontrar resultados satisfactorios y tras dudarlo unos segundos, descolgó el teléfono y habló con alguien en un tono levemente servil. Aguarde unos minutos -me indicó- que enseguida vendrá el gerente a hablar con usted. No pude evitar indignarme un poco toda vez que mis escasos días en la ciudad ya comenzaban a complicarse.
               A los pocos minutos llegó un señor joven, pulcramente vestido, que se presentó como el gerente del hotel. Lamento comunicarle Señor Bermúdez -me dijo con educación y tacto profesional- que usted no se encuentra registrado en este hotel. Según nuestros datos -continuó diciendo- la reserva para estos días la hizo usted en un hotel de París, perteneciente a nuestra cadena.          

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