08 abril 2013

MANUAL DEL BUEN JEFE Y DEL BUEN SUBORDINADO (IDEAL 8/4/2013)


¿Quien no ha sufrido o ha odiado la relación laboral en la que se encuentra? Un mundo complejo. Turbio a veces, en realidad, como bien dice mi Alter, Jesús Lens, en un tuiter: 'Cuando el ámbito laboral se convierte en una jungla..'. De todo eso y de mucho más escribo en este artículo que me publica hoy el diario Ideal de Granada, con edición en la Costa, Almería y Jaén. Aquí lo tenéis reproducido, por si no habéis podido leerlo en formato papel.  

Y lo mejor de todo es que este artículo me lo ha inspirado un mal jefe del que me han hablado o vivido, nunca se sabe. 

MANUAL DEL BUEN JEFE Y DEL BUEN SUBORDINADO

   El mundo laboral está lleno de malos jefes y malos subordinados. De malos profesionales en definitiva. Pero el mundo es imperfecto y en ocasiones los papeles están invertidos: donde dice jefe debería decir subordinado y viceversa. O Sencillamente no debe decir nada.
    El manual del buen jefe y del buen subordinado aún no está escrito,  pero para mí tengo que jamás se escribirá porque es complejo, cambiante y, en ocasiones, inasible. Ni siquiera con pinzas.
   Busquemos en el interior de nuestras experiencias y en las de otros y tan sólo encontraremos despropósitos. Jefes que pierden los papeles y transportan al despacho sus fobias, frustraciones, carencias sexuales, miedos e inseguridades personales, convirtiendo el ambiente laboral en una torticera consulta psiquiátrica experimental. O sea, poder mal entendido. En el otro extremo, subordinados aterrados ante el cotidiano espectáculo del juego de sombras y conspiraciones en que se ha convertido la oficina o el centro de trabajo. O sea, sumisión enfermiza.
            Luego, ¿de qué cualidades carecen ambas partes para que se produzca tanto despropósito? Si lo supiera, comenzaría a escribir mañana mismo ese manual pendiente, pero mucho me temo que existe una grave carencia de cualidades innatas y adquiridas porque no todo el mundo vale para las mismas cosas, aunque no lo sepa. Y en la historia de la humanidad, como en la Ley de Murphy, todo suele salir justo al revés de lo previsto, si es que algo positivo brota de ese cúmulo de interacciones fallidas que siempre han sido las relaciones sociales, y no digamos las laborales.
            Ocurre que en la amplia amalgama de las relaciones laborales han de encajar muchas piezas para que, en un espacio de tiempo amplio y en un ámbito físico concreto, todo salga a pedir de boca. Que las frustraciones de los sujetos no se confundan con el rendimiento laboral, que la libido de ambos sexos no enturbie el trato profesional, que las ambiciones legítimas no se mezclen con la ilegítimas, que la jerarquía no se equipare con el respeto humano, que la valoración de la pericia y el rendimiento que posee el jefe sobre el subordinado -o viceversa- no se inmiscuya en la valoración personal del otro, que las limitaciones de unos no se conviertan en el tormento de otros. Muchos requisitos necesarios, me temo, para que el engranaje de las relaciones laborales ruede por vías no chirriantes. Casi como hablar de la hipótesis de la existencia de un mundo perfecto.
            Y qué duda cabe que detrás de todas esas disfunciones se encuentran las bases de más de una teoría que sirva para explicar todas las clases de acoso laboral y sus derivaciones, algo tan atávico como la existencia de la humanidad misma.      

@jafloresvera

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