27 noviembre 2012

RELATOS BREVES DE OTOÑO

EL VULGAR CARTEL 

El lunes por la tarde al salir del portal de mi piso observé un vulgar cartel escrito torpemente a mano con rotulador de trazo negro que anunciaba, de forma torticera, que el próximo miércoles a las 20,30 horas se enfrentarían en el pabellón cubierto del barrio dos equipos de la NBA: Los Angeles Lakers vs Toronto Raptors, dos destacados equipos de las Conferencias Oeste y Este, respectivamente.
El vulgar cartel tapaba por completo el portero automático, por lo que me pareció una broma de mal gusto de algún gamberro con el suficiente tiempo libre y demasiadas ganas de llamar la atención. Sin embargo, a pesar de que lo arranqué y lo tiré a la papelera, no pude evitar esbozar una leve sonrisa ante la inventiva gamberra del tipejo o tipeja que, probablemente, era el mismo o la misma que, hace unos años, recién inaugurado el edificio tuvo la ocurrencia de marranear la fachada con el siguiente texto escrito en gruesas letras: 'Libertad para el Tibet', una reivindicación que, al margen de que pudiera parecer justa o no, no encajaba con las típicas inscripciones habituales que uno ve en las fechadas de los edificios de cualquier ciudad española: 'No hay pan para tanto chorizo' o 'Políticos corruptos'. Cosas así. ¿Libertad para el Tibet? ¿Qué curioso? 
Pero no menos curioso que este último cartel que anunciaba un partido de la NBA, entre dos de los más destacados equipos de la liga americana de baloncesto, en un barrio del extrarradio de una ciudad de provincias. Sin lugar a dudas, se trataba de alguien con la mente dispersa e imaginativa.
Como digo, rompí el cartel pero el asunto estuvo un par de días en mi cabeza. Valoré esa inventiva y ese ingenio a medida que pasaban las horas. Había en aquello cierta poesía, algo parecido a lo de aquel poeta francés que firmó una hoja de las páginas amarillas de París, diciendo que era su mejor verso. Además, fuere quien fuere el autor o autora de aquel cartel había tenido la delicadeza de no pintar directamente en la fachada. Eso no significaba que se hubiera ganado mi simpatía, pero al menos, su gesto le honraba.
Cuando llegó el miércoles por la tarde calcé mis zapas e inicié mi ruta hacia el Albayzín, como suelo hacer algunas noches en los meses de otoño e invierno, pero al pasar por el pabellón deportivo del barrio recordé ese cartel bromista y sin saber por qué me detuve y me acerqué a la puerta del mismo. 
Como es propio de estos pabellones pequeños, el ruido del juego se escucha fácilmente en la misma entrada al recinto; y ese ruido era descomunal para un día ordinario. Eso llamó mi atención. Así que entré. 
En ese momento Pau Gasol acababa de errar un mate ante la ágil oposición de Jose Calderón. Entre el público tan sólo se encontraban dos adolescentes aburridos con pinta de grafiteros, la limpiadora del pabellón haciendo su trabajo, el conserje, por obligación, un par de madres que esperaban a sus hijos y un señor mayor impecablemente vestido de traje y corbata que, muy atento al juego, tomaba notas de vez en cuando en un cuaderno pequeño. 
Uno de los adolescentes grafiteros me miró irónicamente y esbozó una enigmática sonrisa.  

Por José Antonio Flores Vera      

2 comentarios:

Sin tu comentario, todo esto tiene mucho menos sentido. Es cómo escribir en el desierto.

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