27 septiembre 2012

BUSCANDO RECOVECOS DE LA EXISTENCIA

Sería difícil explicar -y mucho menos convencer-, a alguien que no es corredor, que esta disciplina deportiva va mucho más allá del mero ejercicio físico. 
En la entrada de ayer apuntaba sobre lo que supone correr en el comienzo del otoño. Las días son mucho más cortos y la luz, que se esfuma cada vez antes, es más turbia y plomiza. Es posible que haya días lluviosos y que las hojas de los árboles ya comiencen a caer para, de esa manera, volver a comenzar su ciclo, que alcanzará su plenitud muchos meses más tarde, en primavera. 
Comenzarán a aparecer los primeros humos de las chimeneas, pero es probable que ese humo no sea otro que el de las castañas asadas. Ya hay bandadas de pájaros que inician su errático viaje en grupo hacia lugares más cálidos y las calles se quedan más despobladas, en la misma medida que las terrazas -¡gracias a Dios!- ya comienzan a plegar sus sombrillas y almacenar sus mesas y sus sillas.
Pero muchos más vacíos quedarán los caminos, veredas y carreteras por los que corremos habitualmente; y para colmo, hay que organizar la tarde -si somos corredores vespertinos- para que el astro rey no nos asombre con su retirada. 
Es otra época; es otro correr. Y a esas nuevas circunstancias hay que adaptarse porque el entrenamiento no puede detenerse de la misma manera que no se detiene la competición. Hay que volver a remover el armario y comenzar a sacar, al menos, las primeras capas de nuestras equipaciones técnicas, sin que sea prudente precintar aún la ropa técnica de verano. 
Cambian los bioritmos, cambia la forma de hacer la digestión, cambian muchas cosas. Pero a todo eso hay que enfrentarse sin más remedio. 
Además, el otoño es más melancólico, más cercano al hogar que a la calle, pero eso tampoco puede convertirse en un problema, ya que la inclinación al hogar siempre conlleva menos resistencia que la inclinación a patear caminos. Y es en ese momento en el que tiene sentido la frase del título: 'Buscando recovecos de la existencia'. 
Enfocada esa frase en el corredor, podría considerarse que éste se sumerge - como todo el mundo- en una existencia cotidiana, en la que cobra un principal protagonismo el trabajo, el estudio, la familia, las obligaciones cotidianas, de manera que ante ese marasmo difícil es buscar recovecos. 
Toda persona debería ser creativa y afrontar cada día como una nueva oportunidad de hacer una lectura distinta de la cotidianidad. La mayoría no lo hace porque se deja llevar por la magnitud de las obligaciones diarias: no hay lugar para la creatividad. Pero hay otras personas que intentan buscar cada día -yo lo intento al menos- una nueva motivación, un nuevo recoveco que haga despertar el alma y los sentidos. Unos lo buscan en la lectura, otros en la reflexión, otros en el cine, otros en la música. Todos esos argumentos son válidos. Los corredores, además de buscar esos recovecos en todo eso, tenemos el privilegio de hacer una lectura del día completamente distinta, simplemente, acudiendo a nuestro entrenamiento más o menos diario. Es más, si conseguimos que ese entrenamiento no se convierta en rutina habremos rizado el rizo. 
Para muestra un ejemplo propio: en esta tarde plomiza y lluviosa de miércoles, cuando la cotidianidad parece ahogar a todo el mundo, cuando las noticias sobre la crisis y los recortes planean por las atribuladas cabezas, consideré como lo más creativo hacer una ruta poco usual, perderme por una carretera prácticamente solitaria rodeada de la belleza que confiere el otoño a la naturaleza y desafiar a la fresca tarde vistiendo aún la ropa técnica que he utilizado en verano. Quería sentir la fría brisa del otoño  Era una forma de rebeldía, una forma de buscar un recoveco que la rutina jamás ofrecerá. Para colmo me salió, sin buscarlo, un ritmo casi de competición -¿sería por la motivación?-. Ese es nuestro privilegio al margen de ritmos, marcas, competición y otras cuestiones menores. Pero, claro, esto no es fácil explicárselo a quien no suele correr, pero confío que vosotros amigos y amigas corredores sepáis de qué hablo cuando hablo de correr (dixit Murakami).  

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